viernes, 7 de noviembre de 2008

1. CANCIÓN DE W.H. AUDEN Y ELEGÍAS

Poemas y elegías
POR JOSÉ JOAQUÍN BLANCO




RECONOCIMIENTO: En este libro se recopila, con algunos retoques, buena parte de mi trabajo poético posterior a 1970, y que apareció originalmente en Andamios del día (UNAM, 1975), La ciudad tan personal (CEFOL, 1976), Poesía ligera (El Mendrugo, 1976), La siesta en el parque (UNAM, 1982), Poemas escogidos (Penélope, 1984), Elegías (Quinqué, 1992) y Garañón de la luna (UAM, 1995). Los poemas se publicaron por primera vez en diversos periódicos y revistas, sobre todo en Punto de Partida, El ciervo herido, Siempre!, Revista de la Universidad, Nexos, La iguana del ojete, Etcétera, y en los suplementos culturales de Unomásuno, La Jornada, El Nacional y La Crónica de Hoy.


ÍNDICE

CANCIÓN DE W. H. AUDEN

ELEGÍAS
Elegía de San Ángel
Segunda elegía
Tercera elegía
Cuarta elegía
Quinta elegía
Sexta elegía
Séptima elegía
Octava elegía
Novena elegía
Décima elegía

GARAÑÓN DE LA LUNA
Negaciones
Laberintos
Verde la sirena
Besar la luna
Todavía
Minutero liquido
Limpio aire de la mañana
Sebastián
Muchacho mar
Garañón de la luna
Ciega luna
Cristal de luna
Coatlicue aérea
Abracadabra
Imantados peces
Catedrales sumergidas
Barco de luces
Sirena sardina
Ojos como gajos
Arpas del frío
Sandalias de la bruma
Máscaras de éter
Arde un ángel
Paisaje a toda vela
Lluvia víbora
Graznan llamas
Fogata en verde
Bebedor de brumas
Liras
Nocturno de Juan Lorenzo
Oleaje de muchachos
Verano del 91
Canción de Cesare Pavese

LA SIESTA EN EL PARQUE
Poema del caracol
Poema de los búhos
La siesta en el parque
Letanía de pájaros
Poema del gato
Segundo gato
Arcadia
Bucólica
Ver el mar
La ciudad tan personal
Cazadores de cabelleras
Mariposas
Gandayitas
Echado sobre el pasto
Rimado matutino
Esquinas
El muchacho del corazón rabioso
Profecía de Xitle
Sweeney sedens
Canción de ayer
Práctica mortal
La maquina de pensar
Siempre listo
Maitines
Canción desvelada
Acción de gracias
Poemas del agua
Muchachos
Brindis de medianoche
Venadito
Se van los dioses
La palabra tú
Confesión forzada
Consejo sentimental
Comenzar el día
El juez intenta disuadir a los divorciantes
Canción de Natanael
Canción de André Gide
Canción de Ezra Pound
Nocturno constante
Lectura de Villaurrutia
Mirar dormir
Once de la noche
Transilvania
Azoteas
Letanía de marineros
Nocturno bar, nocturnas coristas
Dancing
Buenas noches
Noche cerrada




CANCIÓN DE W. H. AUDEN

Con una gorra de estudiante en invierno
y mordiendo el barómetro como un lápiz,
viajas dentro de tu cuarto, cortinas cerradas,
por mapas laberínticos como croquis industriales.
Aventurero de los siete mares, has llegado:
Este risco es el edén. Naufraga aquí.

Se trata de perder; que triunfen los codiciosos
y los demagogos, con sus trofeos de hojalata.
No existe qué ganar en estos muelles de carcoma,
sino el combate que se libra y el día que se apaga.
Este risco es el edén. Naufraga aquí.
Aventurero de los siete mares, has llegado.

Te cuentas cuentos de aventuras, ¿y las cotizaciones
bancarias, los horarios de tren, los deportes televisados?
La realidad no se cuenta cuentos de aventuras,
sino radiografías, tasas de interés, encefalogramas.
Aventurero de los siete mares, has llegado:
Este risco es el edén. Naufraga aquí.

Se gana el día de hoy a cada batalla en que se pierde
el propio día de hoy. En cada batalla librada
pierdes una más que librar. Nada se llama victoria.
La realidad no se cuenta cuentos de aventuras.
Este risco es el edén. Naufraga aquí.
Aventurero de los siete mares, has llegado.

Sea tu oficina una isla del sur. El trabajo rutinario
—también los altos guerreros se aburren— tus anabasis.
El bísquet del desayuno sea el manjar de Circe
con la cercanía del amor, del gato y los compadres.
Aventurero de los siete mares, has llegado:
Este risco es el edén. Naufraga aquí.

En tu azotea de tuberías, antenas y chimeneas,
apenas chirria el tedio de un amanecer lluvioso.
Tanta imaginaria epopeya ahora chirria en tus nervios.
Tus hazañas que no existen te sonríen. Vuelve a tu cuarto.
Este risco es el edén. Naufraga aquí.
Aventurero de los siete mares, has llegado.

Hay que volver siempre a Ítaca, desde alguna parte.
No existen otras partes, tu cuarto siempre es Ítaca.
Hay que soñar lo que no es Ítaca para regresar a Ítaca.
Vuelves al fin en ti, tras tus derrotas en ninguna parte.
Aventurero de los siete mares, has llegado:
Este risco es el edén. Naufraga aquí.

Aventurero de los siete mares, has llegado.
La torpe realidad es todo lo que tienes: aprende
a torpemente amarla, como a tu torpe cuarto.
Este risco es el edén. Naufraga aquí.
Son pequeños y rápidos los frutos de la vida,
aprende torpemente a saborearlos, que se pasan.
Olvida ya tus siete mares, naufrágate.





ELEGÍAS
A MANUEL FERNÁNDEZ PERERA

Yo andaba, andaba, andaba
en un andar en andas más frágil que yo mismo,
en una ingravidez transparente y dormida
suelto de mis recuerdos, con el ombligo al viento...
Mi sombra iba a mi lado sin pies para seguirme,
mi sombra se caía rota, inútil y magra;
como un pez sin espinas mi sombra iba a mi lado
como un perro de sombras...
EMILIO BALLAGAS: Elegía sin nombre

Y errar, errar, errar a solas,
la luz de Saturno en mi sien...
PORFIRIO BARBA JACOB: El son del viento




ELEGÍA DE SAN ÁNGEL

Eyes I dare not meet in dreams; los propios, desapasionados
ojos en el espejo.
Los conscientísimos, inteligentes ojos propios que te mandan al carajo,
cuando al azar te reflejas en el espejeante cristal nocturno de algún aparador.

Eyes I dare not meet in dreams
Eyes I dare not meet
Eyes: noche de febrero 26, 1978. Adonde quiera que camines
hallarás la introspección.
Toda la ciudad nocturna es tu consciencia en desastre.

Lo que tienes contra ti mismo te sale al paso en todas las esquinas;
se articula en juicios, te sentencia, te urge a decidir.
Tus ojos son al mismo tiempo los de Dios y los de Caín.
Arboledas del monumento a Obregón. No hay más noche que un desastre introspectivo.

La noche pasa de largo sin reconocerme: es la noche de los otros.
Ha tenido que ver conmigo; pero hoy me ve borracho, sin rasurar,
sucio, malvestido. No quiere ni mirarme; la persigo.
(En otras ocasiones me ha enfrentado a la aventura de otros ojos
como éstos que ahora pasan junto a mí, sin verme).
"Pero yo conozco la noche", me digo. "La he vivido: por lo tanto,
la viviré otras noches". Reconozco las calles planetarias.
Devuelto a la realidad, el fantasma recorre el mundo que fue suyo:
el mundo está aquí, idéntico y prosigue: "¿Cómo en él no me veo?".

Reitero mis pasos, mis miradas, me detengo y comprendo que la noche
sigue igual de viva;
sólo yo me aburro y la estropeo con tedioso andar,
enfundado en mis bolsillos, debilitado por débiles pensamientos.
(Hubo otras noches: las habrá. Alleluia.)

Pero aunque deambule por sus calles un introspectivo depresivo profesional,
que ni consigo mismo es generoso
(y que en vez de sudarlas en un baile,
hoza y chapucea en crisis confusas), aunque...
la noche, al cabo diosa, se vuelca en beneficios,
recompensa a quien otras noches supo recorrerla:
atrae recuerdos, paraísos vividos
que por haber ya existido habrán de repetirse.
(Volver, como fantasma, al mejor momento de la vida,
velarlo invisible y trágicamente:
Nessun maggior dolore, che ricordarsi etcétera.)

***
Tú también, oh malhumorado, eres digno del paraíso
cuando sepas estar limpio y desnudo.
Sumérgete por mientras en tu mierda,
úngete entre tus borborigmos, púrgate con tus pensamientos, reconócete
en tus vísceras: indigéstate —sólo así se conquista la pureza.

No supiste fingir la falsa primavera de amorcillos entusiastas;
Cupido Vivaracho no atinó en tus sentimientos;
pero yo, Venus Cuarentona, mental y caprichosa,
fetichista, escéptica, y cálida también,
y también hermosa (Sick people have such deep, sincere
attachments, etcétera),
sabré traerte veranos nuevos. Y esta promesa se da
mientras caminas tonteando en tu noche sin noche,
en tu soledad sin nobleza, en tu gelatina íntima,
en tu cuerpo sin cuerpo, en tus ansiosas miradas sin deseo:
Whoever you are —I have always depended on the kindness of strangers.

No, no es la soledad lo que se pudre, sino la difícil compañía
de no bastarse uno como cómplice;
buscar en otros la gentil respuesta que ya uno no se da a sí mismo;
de la épica y la danza caer al umbral del templo con la charola y el tilín-tilín del limosnero:
"Fe para quien ya no se toma en serio", "Amor para el asqueado".
(Al que tenga vida la será redoblada, y a quien la haya perdido
Hasta de los restos se le habrá de despojar —dijo el Señor.)

La noche te abandona para no irse al carajo como tú te has ido.
Si sólo hay Noche para quien es Noche en sí mismo, la habrá para quien lo haya sido.

***
Un beso en el bar (que se parece a un beso),
Un deseo al cruzar la calle (que se parece a un deseo),
Un cuerpo que lo es sin cursivas sólo para quien sin cursivas sepa serlo,
todos forman una falsa noche paralela
que ha dejado de intentar la noche... para sólo parecérsele.

Hoy no soy la noche, pero quiero parecérmele, representarla.
Eyes I dare not meet in dreams.
Apostar máscara contra máscara en un juego ficticio con empate.

La noche cerrada: el cuerpo es un tronco: la mente, guiso crudo:
No hay herida: la noche pasa de largo...
Y la veo sin ojos, con una mueca:
Dos muchachos se encuentran y comienzan. Alleluia. Alleluia.
No soy yo quien comienza, no soy yo quien encuentra
pero los veo con mi mueca, con la mueca de una mueca.

La noche es generosa: hay recuerdos.
(Otras noches fui yo el protagonista de esta esquina
y otros pobres me miraron con sus muecas.
Hubo cosas comenzadas, alegrías.)
Húndete en la mierda de tu descontento;
así fue Eleusis, así la espiga.

***
El amor no se pierde, si vivido.
Ve a arreglar tu casa, a encender tu fuego,
a recordar lo que pueda darte impulsos;
otra noche saldrás con la noche contigo:
los recuerdos en flor germinan espigas exteriores.
Espigas exteriores.

La noche se reitera en faroles, en el asfalto mojado.
Se parece a otras noches que fueron mundo.
Noches felices agradecerán a esta inhabitada noche del sin, del nadie, del no-estar consigo.
Se renace entre los propios borgorigmos.

Pero cuánto, en otros, esta hermosa, justa, imparcial noche benéfica,
se desborda en los amantes y en sus lechos.
Se oyen confesiones, dudas, inicios.
Qué maravillosa la noche de los otros.

He llegado a casa. Desde mi ventana agradezco a la noche el recuerdo,
la esperanza realizados esta noche en otros hombres.
Sospecho en departamentos contiguos
el sordo rumor de cuerpos que se juntan.


SEGUNDA ELEGÍA

Should we ever feel truly lonely if we never ate alone? Amigos, amigos: Should we ever...?
Ya no hablo en mis poemas para un Tú. Sucede que uno deja de andarse enamorando como un perro de un Tú o de otro o de otro y suman cero. Seas amante, amigo, quimera, escucha: seas quien seas, te quiera o no, te haya querido o valga madre: el Tú ya no existe más. Ya no lo venero. Tomo otro trago en el bar y dulcemente sé que ya no lo venero.
Seas quien seas tú, ahora o en veinte años, no codiciaré tus raíces; otro trago más y lo juro: ya ningún encanto, ninguna rabia, ninguna maldita confusión me sacará de mis casillas. La codicia a raya: tú y tú y tú momentáneos: ustedes. ¡Cómo se aligera el aire!
En cada una y en todas las cosas, ustedes: amigos. Tú el lechero y tú mi madre y tú el mejor amigo de mis poemas; tú mi amante y también dolorosamente el de otros. Todos los vecinos y hasta los diputados. Ustedes.
O nosotros. Porque todos estamos solos. Y la peor soledad es no aceptarlo.
Siempre tú y contigo y sin la codicia de respirar ajeno, de arraigarse en ajeno, de salvarse del naufragio en tabla ajena, de coger bastón o guarecerse en otro. Todos solos: ustedes.
Amigos, amigos: Should we ever...!

Estoy comiendo solo como un loco. En la soledad somos felizmente locos, bárbaros, trogloditas. A la chingada los cubiertos y la mesa, y uno come de pie junto a la estufa sin dejar de leer ni de rascarse los sobacos.
Aprenderse solo es como crear la selva que pare y extermina civilizaciones.
A los veintiocho años apenas descubro la soledad. ¿Cómo, si siempre ha andado conmigo, no la había visto tan hermosa?
Antes la odiaba como a un perro lastimoso que no te deja libre y te hace creerte triste, o incomprendido y desesperado. Lobezno con ojos fijos de codicia en busca de alguien con quien salir a flote; nervioso y pálido buscando pendejadas en otras gentes: que el amigo, el maestro, el cómplice o el cariño. Y sólo pasaba lo natural; andar, como todos, solo.
Y es que al paraíso de la soledad se llega tarde y con fatiga —y leyendas de vida y amor para entretener los ocios.
De repente ahí están los otros, no en función de ti sino de todos: ustedes.
Caen los viejos mitos, los hermosos mitos, la codicia del tú-y-yo: ustedes.
En realidad uno nunca ha querido secuestrar ni saquear a nadie, y tampoco ha querido que otro se metiera a revolverle las raíces.
El solo yergue el cuerpo y está entero y más amoroso que nunca ante los otros. Es uno de ustedes. Su maravilla es estar solo y disponible y recomenzándolo todo de nuevo. Otros, en cambio, abdicaron de su soledad y se pusieron argollas, se uncieron al cepo, se alejaron de la espesa y cambiante comunidad de los ustedes.
El solo siempre puede ser otro: de ahí sus hurras de victoria.

Comer sin calcetines y rascarse el pito mientras se unta el pan con la mostaza. El plato convive con las cuartillas y ruedan entre suéteres las migajas.
Y a veces se come porque sí, atragantándose, y otras se dispone en soledad banquetes rituales y sofisticados.
Qué salvaje es comer solo y sin que te vean: qué triunfo de la selva.
Dedos manchados, mordiscos rudos, ¿qué es lo feo de mascar con las fauces abiertas, y escupir a la mitad del bocado; de toser o carcajearse en la mitad del sándwich?
Es como dormir solo. Canta, oh musa, la cama del soltero, para quien la compañía en el lecho no es hábito sino ocasión de júbilo, y se ha acostumbrado a dormir solo, a moverse libremente, a roncar y rumiar y babear y a despertarse caliente y dueño de sí en mitad de la noche.
Post coitum, homo tristis. Qué represión domesticar el sueño por respeto y miedo al que reprimidamente duerme junto. Y sí, hay dulzura.
Hay una infinita dulzura en esos acercamientos inconscientes, esas caricias, esos piropos apenas insinuados, tarareados, cuando en no sé qué lance del sueño, uno medio sale a flote menos de un segundo a tocar, a murmurar, a fortalecerse en el roce del amante, antes de sumergirse de nuevo en su naufragio solitario.
Sumergirse cada cual en mundos aparte, con la formidable fortaleza de apenas rozarse sin darse cuenta los cuerpos.

Pero estar solo en el sueño es una fortaleza más brutal. Oh la selva. Uno se recoge bajo las sábanas sin red de protección, sin guardián o cómplice alguno, y mientras se le vencen los párpados, cuántas indecentes fantasías urde con toda la culpabilidad en sus ojos.
Y si se sobresalta. Canta, oh musa, los sobresaltos del soltero, cuando despierta de pronto como arrojado cruelmente a la playa, y en ningún cuerpo vecino podrá distraer la experiencia, la fiebre, las ganas vivas de lo que en el sueño ha hecho. Y a veces ya no vuelve a dormir.
La salvaje brutalidad del insomnio. Cuando uno sabe todo lo que podría hacer, lo que incluso haría con euforia: las encendidas confesiones que se hace un insomne.
Y después de esas horas que son batallas, con cuánto cariño se protege a sí mismo, se convence de aflojarse y descansar, y cómo sonríe. Y será más fuerte a la otra noche, en que reciba junto al suyo el sueño del amante.
Canta, oh musa...

Deseoso es aquel que huye de su madre. Pero también ingenuo el que huye ávido de otros paraísos maternales.
Oh qué gran útero más que el útero es el amparo del amor; cómo cobija, y cómo nutre y acompaña.
Y sin embargo no existe. Y uno busca y se tropieza y busca y cae de bruces, y no existe. Se emborracha uno y mienta madres y no existe. Se siente uno en medio del desierto y no existe. Uno se quiere suicidar y no existe.
Y luego, primaveralmente, sobándose todavía las magulladuras del corazón, sonríe con la alegre certidumbre de que el gran útero del amor no existe, pues primaveralmente empieza uno a existir solo, sin andaderas ni úteros, y con una enorme posibilidad de verano: ustedes.
Hacia los treinta años uno es Jesucristo y le salen las barbas de Walt Whitman: ser solo, así, en la dulzura de ustedes.
Sin úteros: ustedes.
Ya ante la soledad no te jalarás los pelos, ni en el fondo de un bar te sentirás impunemente desolado.
Deseoso es aquel que busca convivir consigo mismo.
Y hay tristeza, eso sí, uno se acuerda. Uno se acuerda de las soledades del perro. Y quisiera mimarse y protegerse ulteriormente. Ama el desamparo de andar buscando úteros y —uno nunca aprende— vuelve a veces a las andadas.

Y anda mal consigo mismo, a estas alturas; y ve sus manos: están bien y están vacías, y ama su lecho de soltero: es hermoso, está desierto; y ya más dolorosamente, se empeda y gime como un perro.
Y nuevamente, como deletreo de párvulo, cierra los ojos, se concentra, saca fuerza de sí y empieza a murmurar: One'self I sing, a simple separate person...



TERCERA ELEGÍA

Por aquí pasé, entre los millones, una noche
de polvo y muchedumbre, cuando el tráfico
se amontona. Como victorias, los periódicos
voceaban en las esquinas los desastres nacionales.
La ciudad burdelesca y sus millones de tímidos
habitantes defraudados. La hora de encender
los aparatos y los puestos callejeros de comida.
Trepar en automóviles y camiones hacia otras partes.

Entre el polvo y la basura, el crepúsculo
ironizaba con sus colores de camerino de ópera;
hasta la hojalata pisoteada y los mendigos
se bruñían, por instantes decoraban sus contornos:
violáceos, púrpuras, dorados, en muslos de pantalones
ajustados; en rancios gestos de rostros introvertidos.
Anuncios eléctricos, semáforos, señales: la mierda
babélica chisporroteaba como el fusible que prende

la Gran Descompostura en cadena: "¡CÁRCEL! ¡BALACERA!
¡HAMBRE! ¡CRIMEN PASIONAL! ¡CRISIS! ¡CARESTÍA!
¡EXTRA!". Nada parecía descomponerse. Siluetas con ropa
de primera. Ágiles y mugrosos albañiles con la risa
entre los dientes. Los millones como si nada: oficinistas
melancólicos en los camiones: perfiles sobre ventanillas.
Tosí: muchos cigarros. ¿Regresar a la casa como un trasto?
Cines, bares. La calle resonaba en sus relinchos.

En alguna caseta rota marqué un número de teléfono.
Un asunto. Un amigo. Tapando la otra oreja
con la mano derecha, traté de escuchar entre los motores.
Se me iba el día: eso recuerdo: se escapaba entre
la vociferante confusión de los cruceros. Sobre los edificios,
anuncios de turismo en playas. Y en la banqueta, al margen,
yo pensaba que carajo, carajo, y no atinaba
a precisar qué diablos con la tarde, con la vida.

Eché a caminar como convulso, como todos,
por el lado de la Roma, un tramo de Insurgentes;
nada tenía contra nadie, me molestaba el saco.
A veces uno se siente una cosa embodegada.
Ceñido por la ciudad como por manta arpillera.
¿Y quién carajos te crees? ¿Un ave del paraíso?
No hay nada ya qué hacer. La hora de salida.
Sobre tu cuerpo el sueño como la funda en una máquina.



CUARTA ELEGÍA

"Qu'ils n'aillent point dire... s'y plaissant dire: tristesse... s'y logeant. Comme aux ruelles de l'amour."
SAINT-JOHN PERSE


El deambular cansado y ácido de los desabridos,
los perezosos que fatigan los suburbios mustios
de la acedía. Se chupan los dientes, escupen;
con qué cara de interminable rencor, de frío desapego
hacen la vida a un lado como cualquier pinche cosa.

Desde sus ojos impertubados, casi aristócratas,
desprecian a los que porfían: —Imbéciles.
El mundo es una mierda, ¿no te lo dije? ¡Mierda!
No vale tus esfuerzos ni tus fracasos ni nada.
Que por donde saben,
los cursis se metan sus ideales.

Igual con el país y la ciudad, con el arte; lo que sea:
—Mira el periódico de hoy, te lo venía diciendo:
¿De veras, inocente, te crees esas tonterías del progreso, je?
¿Del amor, je? ¿La revolución, je? ¿La patria, je? ¿De veras?
¡Qué más da! ¡Qué importa! Dan lo mismo esto y aquello.

Los desabridos echan su maldición sobre todo lo que miran,
hasta parecen volverlos sabios el Asco y la Arrogancia;
poderosos, incluso proféticos —a ellos, los dolorosos,
que ¡cómo desearían (si tuvieran deseos) confirmar sus gargajos
y lucirlos como adornando el desastre: —¡Te lo dije!

En su tedio, en su hastío, en su dolor sin mañana,
en su suburbio opaco de mezquindad flagrante,
los desabridos se van secando con sus sonrisas secas,
con su cinismo cínico, con su indolencia indolente
y la soledad toda aceda de vivir todos pardos.

Para mejor comprarlo, la corrupción primero entristece
al hombre. Y si ¡al carajo con uno! ¡al carajo con los otros!,
por cinco centavos y hasta chiflando un mambo,
sin pena se colabora en chingar a todo mundo:
—¡Vale madre, que se jodan, como la pinche tristeza!

Contra la tristeza, las múltiples semillas del tiempo,
las ambiciones de ir siendo lo que aún no se ha sido,
de ocupar los espacios que nos llaman a gritos;
los paraísos del cuerpo, las reverberaciones del sueño;
el afán de ir haciendo los mundos que todavía no han sido hechos,

cuya música presentimos en el silencio ritual de la sangre:
la vida, esa sirena que nos pierde en sus entusiasmos,
que nos enloquece para volvermos —al fin— nosotros mismos.



QUINTA ELEGÍA

"Para ponerme triste me huelo debajo de los brazos".
VIRGILIO PIÑERA

Vidriosa pupila sin crepúsculo:
cielo como oscuridad de un cuarto,
toda la naturaleza es un ropero
y un asesinado el pellejo del mar:
No busques tu paisaje, amigo,
jamás volverás a ser tú mismo.

Quedarse atrás, en otra noche:
los ojos luminosos del amado
eran todo el espejo de este mundo;
tanta naturaleza en una camisa:
uno es mundo poco a poco y a su modo,
y de repente ya no: ya pasó todo.

Una gran desolación en la avenida;
el dinero, en fin, tan reluciente;
hay tanto milagro en una bella cabeza;
uno compra sus horas y las traga:
en un chamaco una mueca de espanto:
ya te acostumbrarás, amigo, no es para tanto.

Lejos de tus sueños, ya perdido,
nada más por ahí: a ver qué pasa:
ni mucho ni poco, sólo el tiempo;
la vida masca su lengua de trapo:
Las horas del alcohol son una maravilla;
con unas copas, hasta la luna brilla.

Digamos que las costillas en el traje
y las tripas donde baila la corbata,
y la bragueta, en fin, lírica cosa,
y los tristones zapatos relucientes:
Oscurece el cielo sin ruido,
sin ángeles, sin amigo.

Tanto delirio descuidado,
tanto apetito que perdió su objeto;
las ganas de soñar —alguien bosteza—,
tanto mosquito clarinetea en el alma:
Uno se va muriendo un poco cada día
¡pero hay días en que la tristeza se saca la lotería!

Pongámonos motu proprio la mordaza
que nos hace hablar tan razonablemente,
y pidámosle a la Vida lo que brinda,
y por favor, y a crédito, y si no es molestia:
espumoso vinagre entre los besos:
labios que fueron labios que fueron besos.

Érase un hombrecillo de entrañas de furia
y brazos como aéreos animales;
y cuando pasaba cualquier cosa, sonreía,
y entonces los árboles se ponían más verdes:
Para qué tocar puertas que (ya sabemos),
aunque se nos abran, no las merecemos.

Hay un lado muerto, un costado acedo,
una cobardía en la sangre;
un rencor de haber soñado tanto
y con tanto vigor, y ya no querer soñar nada:
Sueños hay desorbitados
y ciudadanos con sueños como gatos encerrados.

Pero también se baila y se ríe,
se coge y se poetiza;
qué bonita mañana, ¿ya la viste?,
y se anuda la corbata con mucho arte:
Con fina caligrafía uno se alisa los pelos
y vuela en el espejo cual ángel por los cielos.

Los deseos sobre los árboles,
casi nubes, tan esbeltos
y sonrientes, con tal frescura:
Ah, fantasmas recién nacidos:
Exhausto cansancio de no hacer nada
que dizque se esparce con alguna humorada.

Hay un hielo tibio, un fuego en salsa,
hay un cuerpo en tedio,
hay almas mosqueadas,
hay platos con sobras:
Las piernas son dos tripas con zapatos
y el corazón un sapo de malos ratos.

Pongámosle al homúnculo un traje de moda,
una loción discreta, un reloj de cuarzo;
démosle cuerda los viernes por la noche
con celo de homúnculo que se siente una fiera:
El corazón tiene vuelcos de telegrama,
¡que tanto mundo quepa en un rato de cama!

¡Que se grite, carajo, que se grite!
Toda la carne al asador; toda la sangre;
toda la vida al instante, toda la vida,
y toda la risa al repetir estas cosas:
A veces le entra a uno tanto miedo
de cualquier sombra que se mueva quedo.

Y como trago amargo, la garganta asqueada
va pasando su rasposo calendario;
el paisaje transcurrido fue ilusorio
y ponerse trágico a estas alturas... qué flojera:
No busques tu paisaje, amigo:
jamás volverás a ser tu mismo.

Tienes la risa fácil
de quien ríe sin ganas;
bueno, algunas sí,
y la experiencia ayuda:
toda la naturaleza en un ropero,
¿por qué no colgarse a descansar un año entero?

Vidriosa pupila sin crepúsculo,
una mirada amarillenta,
un amarillo como de media mañana:
Es un bonito color: algo es algo...
Y una gran desolación en la avenida
y en los versos que cruzan por la vida
casi sin luz, casi sin herida.


SEXTA ELEGÍA

I. MEDUSA
Quizás sin luna brava no hay fulgor
en tus cabellos, Medusa,
de reacia sonrisa adolescente;

adviene la algarabía de tus bestias
entre los colmillos del deseo
exultante, como al borde del abismo.

Ah, putilla de ojos zarcos:
asaltas a los niños en mitad del sueño
y casi sin despertar
—los tiernos ojos enarenados—
los arrojas a la escuela, con mordeduras
de serpiente tras los párpados.

Es tu fulgor, Medusa,
el otro lado del sueño.

II. QUIMERAS
Atrapados en tus cabellos
los agrios ojos de los vivos
—rojos, rápidos, instantáneos—
rebosan de mirada;
por fin se desangran, vieja noche
de laberintos sin salida:

el oscuro instante
en que reverberan
mil salidas sin salida.

Hundida en sí misma
como un trago viscoso, fermentado,
la ciudad florece,
víscera calcárea,
bruja vieja cabalgada por quimeras;
aullada y magullada
y marchita por quimeras.

(La vida prosigue estúpida y fresca.)

III. AL MÁSTIL
Jadeaba roncamente
a la orilla de su almohada;
en sus labios, espuma
y rebaba de ahogado;

las sirenas chillaron esa noche:
"¡Ya cálmense!", les gritó,
y navegó como dueño de sus sueños.
Brisas de yodo y sal
en la saliva.

IV. CRISTAL DEL SUEÑO
Afiebrada y delirante sobre el mostrador
la ciudad babea
entre náuseas de cerveza;

abismada de sí, flor ácida,
concéntrica llaga desangrada.

El olvido, remedio cuchillero
raspa con sueños de hielo
los agrios ojos de los vivos.

Instantes como vahídos,
rojas ráfagas en el cristal del sueño.

Ojos húmedos:
surtidores de luz,
líquidos de visiones.

V. ENDIMIÓN
Medusa: tu aliento fermentado
sobre el cristal del sueño
dibuja la luna brava,
y reposa sobre Endimión
como las promesas del mundo
sobre un adolescente tímido.

Desvelada ciudad:
me duelen tus mordeduras
de serpiente
tras los párpados.


SÉPTIMA ELEGÍA

1
No sonó el amor en tus oídos con llamada natural;
fue con remordimientos,
como si lo usurparas;
fue con una ansiedad patética.

Amaste como huyendo del desastre y del hastío,
como arrancándole una playa
al caos, a la desdicha.

Fue inquieto tu amor.
Tímido y asombrado en tus noches.

Como criminal velabas
la desesperación de tu deseo:
botín inseguro, confusión, equívoco:
apenas un esbozo
que ya estaba extinguiéndose.

Algo de crimen sentías en tu amor,
de asalto a un paraíso que no te estaba destinado;

como en un sarcasmo del sueño,
el amor te transformaba en un hombre lúcido y rotundo
que no podías ser tú;
te desconocías con humillación y vergüenza,
te sobrellevabas torpemente.

En espejos de delirios,
extraviado de ti,
fuiste preso de tu alta floración, de tu deseo.

2
Quien se interna en la ciudad encuentra los nervios grises;
la gente gris se refugia en destinos débiles, pardos;

la felicidad es una blasfemia
y el amor resplandeciente,
más que vida es destrucción: castigo.

Son como hermosos guerreros quienes exigen locura a los cuerpos,
se dan al amor como darse a la guerra,
y han de perecer o sobrevivir por el mundo
como lisiados de guerra.

Quien le arranca amor a la vida no podrá consolarse jamás;
nada nunca volverá a ser la vida;
y cuando el tiempo reste convicción a su deseo
y poco en sí mismo quede que desear,
andará por las calles como un fantasma patético
de batallas olvidadas y acaso falsas.

Ciego para la realidad, anda con los ojos rotos:
Hubo ángeles que lucharon con la luz
y resistieron; ángeles que se desangran ahora
con astillas de luz bajo los párpados.

3
En sus ojos asombrados florecía la desdicha
como un equivocado paraíso;

en el destello de sus ojos supondríase la trama
de un sueño claro y abundante;

a la orilla de la avenida, pero más allá,
por encima del mundo desengañado,
era un sobresalto, un lirio frutal
entre la fermentación de las aguas estancadas.

No quiero verlo abatirse.
Que no rebulla su corazón rebelde.
Que su rostro nostálgico no se convulsione.
Que no se derrumbe.
Que no quiera, en vano, atragantar su hosco lamento
que al fin desgarra y vomita.

Que no se fije en un perfil solitario, en una caída banal,
en un derrotado más del amontonadero.

En ti, muchacho, reverbera la noche eléctrica de la
avenida.
Levántate, satura afanosamente tus pulmones
de aire ennegrecido;
echa a andar,
piérdete sobre las claras bardas de la luna
donde tu sombra estirada y angulosa
borronea figuras quebrantadas,
siluetas instantáneas de agrio neón,
desportilladas cenizas de salitre.

Bajo la luna, en las bardas se alzan y abaten
las gesticulaciones espasmódicas
de los sueños de los hombres.

Chirria, nocturna, estéril
la brisa seca de la ciudad,
entre tanto deseo florecido,
labios difíciles de desengañar.



OCTAVA ELEGÍA

1.- EL SOLITARIO
Rojo animal, el solitario crepita
entre calles de cristal;
calles turbias de ciudades irreales.

Como un sueño sobresaltado
es su vigilia
(que nadie sueña).

¿Me sigo soñando yo
—se pregunta—
en mitad de este delirio
nebuloso?

Grises ráfagas de diesel
en las esquinas;
zombis bajo paraguas
cruzan.

(Quién fuera también rojo de raíz,
rojo de víscera,
rojo lleno de sí mismo,
rojo de vida sólida y enarbolada.)

Roja cola de fuego
—incendio equívoco—
entre reflejos de plomo.

2. EL POZO
A golpes de silencio sombrío barre la noche las esquinas.
Un viento sin voces. Un viento sin pasos.
Rumores de ceniza sobre el polvo.
Ecos de luna helada en los cristales.

Entonces un grito para romper el pozo.
Un regurgitar de gritos en el pozo.
Gritos que no salen, mandíbulas trabadas.
El espanto, el delirio atenazan la garganta.

No me sigan soñando.

Desde este lado del cristal espío.


3. AMANECER
Los pies dolorosos, los brazos torturados,
los ojos desollados, espuma de salmuera;
como peces lentísimos e impedidos,
atrapados en el amanecer como en un acuario;
nos ven indiferentes perdurar las estrellas lívidas,
nos ven bregar las casas, las tiendas y los coches;
al apagarse nos guiñan, burlescos, los neones del cabaret;
¡qué importamos!
Simplemente
la noche se desagua al amanecer:
y ahí vamos
—¡aguas!—,
sonámbulos lívidos,
sus desechos.



NOVENA ELEGÍA

1
Ciudad de México:
despanzurrado animal interminable,
vísceras de yeso,
colmillos de azotea,
garras eléctricas en tus avenidas,
guiños de sueños comerciales,
y en tus lodos como intestinos:
sueños de agua.

Fuiste agua, ciudad agua.
Sueños de agua en tus ojos celestiales.
Verde cielo rajado en tus tormentas.
"Agua sobre agua", hexagrama del fin:
tus ríos enterrados y entubados regresan,
violentos cauces espectrales.

Tus negras avenidas inundadas otra vez.
Desde abajo: lodo negro y borboteante,
drenajes como fuentes,
zahurdas surtidoras, atarjeas.

Azolvada agua de mierda,
cuando el cielo plomizo
azota sobre avenidas taponadas de automóviles
los negros aguaceros de julio.

2
Es un animal lastimoso la avenida
flotando el lomo contra el indigente o el solitario
irreales
congelados en el frío de la madrugada de una esquina,
lamiendo con lengua ácida
el perfil de un carro de basura.

Si alguien adoptara a la avenida,
si pudiera la avenida ir gruñendo a la gente,
gruñendo la avenida oronda
pero mueve que mueve la cola para el amo,
como la jauría astrosa y prepotente
que acompaña a cada barrendero y su carrito.

La avenida no camina:
se queda donde está,
prostituyéndose con desgana
según la tarifa que establezcan
sus patrulleros.

3
Ciudad de México:
tus calles a tus calles les responden:
—"Ya nada tiene sentido",
laberintos de yeso como escenografías amontonadas
de una carpa que ya quebró;

tus ventanas a tus ventanas les responden:
—"No me vengan con ésas";
la muchedumbre se encharca
y por estos fangos vecinales huele mal.

Tus tiendas a tus tiendas les responden:
—"¡Por aquí a veces pasa cada culo!",
y todos los gatos con nostalgia escondidos
entre antenas, tinacos y tanques de gas,
aúllan.

4
Lo que parece neblina biliosa es apenas
el podrido aliento de tantos deseos ocultos
que vienen humeando
—gasas amarillas, verdosas—,
por el culo, las orejas, la verga, la vagina, la nariz,
los honorables ciudadanos de carotas fastidiadas,
tan honorables.

¡Si se vieran! ¡Si se vieran!
Si voltearan tan solo a ver sus huellas
—gasas amarillas, biliosas— en el aire,
peor que escape de camiones viejos;

si vieran a los perros,
a los cerdos, a los gatitos compasivos,
cómo lamen sus manchones,
manchones de sueños chorreados antes de empezar,
flemazos laterales
tosidos o escupidos nomás porque sí
sobre quien sea,
nomás por chingar;

huellas de vida pantanosa, borroneada;
rencorosas antorchas lamentables,
humeando fuegos falsos,
cendales de tintorería.

5
En mitad de una larga cola
de ajados rostros impacientes,
casi fastidiados,
en la parada del camión,
¡quién sabe qué dorados sueños de abeja
sonríen en los ojos pequeñitos
de ese muchacho flaco y despeinado!

6
Ciudad matinal de los domingos,
cloroformizada y mojigata,
o más bien, muerta, embalsamada y exhibida,
con todos los maquillajes
del alto sol del domingo y sus jardines
sobre la plancha —el aparador—
de la agencia funeraria:
—"Se inhuman buenos deseos".
—"Se embalsaman buenas costumbres"...

Ciudad matinal: llamada a misa,
comercial de mermeladas,
te sabes bien la misma puta nocturna de los viernes,
pero ahora travestida con tobilleritas,
pero ahora con infantiles rizos y faldita blanca,
pero ahora saltando la cuerda
que mueven para ti,
conmovidísimos, edificantes,
los monaguillos de tu primera comunión.

7
Ciudad de México: entonces vi
tus chiclosos ojos de patrullero,
me vi en tus ojos duros y agudos de juez
o policía en la madrugada.

Ciudad apañón, Ciudad razzia, Ciudad Ministerio Público.

Me vi irreal e irredimible
dentro de tus ojos turbios.
Todo en mí era horror y caos
ante tus ojos semipodridos de reglamento:
¿qué te podría decir?
¿Cómo empezar? ¿Cómo replicarle al Gran Poder?

Ciudad Apañón, Ciudad Razzia, Ciudad Ministerio Público.

Aquí sólo se dice,
pero se dice a todas horas,
pero se dice en todas partes
—"¡Aguas con la tira!"...

Frente a tus jueces y policías
toda persona es un error
y todo acto un delito.
¿Cómo disculparse de vivir aquí?

Veo a unos adolescentes borrachísimos
discutiendo con los patrulleros:
balbucen disculpas y sobornos;
se quedan con la cartera y el alma saqueados
en mitad del eje vial,
pero como violados y aliviados
de que se les perdonara la vida por un cien mil;

el mundo irreal en torno
escuchó sus gritos de ultraje, cólera, alivio...

8
Caminante de la Ciudad de México:
A pesar de todo, tenazmente, persistes.



DÉCIMA ELEGÍA

This is no place
The time is not now.
If you continue on this road
you won't get anywhere

PAUL GOODMAN


Ya en la abierta madrugada, P. caminaba con pasos estudiadamente despreocupados entre las húmedas sombras del parque, a la vez que de reojo echaba instantáneas miradas hacia las esquinas de los andadores, las bancas, o los lugares de donde súbitamente pareciera provenir algún crujido, buscando el amor —o al menos el peligro, o la tensión, o la aventura—; casi nunca los había, pero ahí era más probable que ocurrieran que en las zonas plenariamente domesticadas de la ciudad: el magma hostil de los negocios y las familias le resultaba más desolado y agresivo que esta arisca humedad de sombras vacías en la abierta madrugada, donde efectivamente ocurría alguna vez el cuento de hadas de un encuentro instantáneo y pleno, casi más capaz de ser recordado que vivido.
Cuando los jóvenes ángeles —porque hay los angelotes viejos, whitmaneanos o falstaffianos, de entrecanas melenas y manos sarmentosas o regordetas, ojos rapidísimos y perversonas sonrisas patriarcales— se desesperan en la esterilidad de los mostradores, de las ventanillas de casa de cambio, de las aulas universitarias, de la cocina integral de mamá con la TV puesta desde la mañana, ah, entonces huyen adonde sea, incluso a las abiertas madrugadas de los parques.
P. había llevado en una libreta algún tipo de estadística: un encuentro jubiloso por cada 30 ó 40 jornadas de búsqueda. Había abrazado con más temor que excitación —con excitación multiplicada—, besado con fríos y prisas tan ajenos a toda costumbre —claro, esto antes de que el beso en los parques se le hiciera costumbre— que esos encuentros le parecían más importantes y duraderos que muchas especiosas rutinas de su vida; había hecho el amor torpe, estorbosa, anónimamente, para separarse poco después casi sin volver la mirada, y quedarse de pie —más lleno de carne y de amor, más existente que nunca—, dejando desvanecer las figuras de su sueño, para quedarse con el sueño de sí, la cálida certeza de haber sido besado, rozado, bendecido por algún ángel o fantasma.
Pero las más de las veces, no ocurrían los encuentros ensoñados. Ni mucho menos. Entonces la desolación de la espesa ciudad de casas y tiendas (casa-tienda-oficina-semáforo-casa-tienda-oficina-semáforo) se resaltaba en los parques, bajo la luz patibularia de los arbotantes que iluminaban para nadie o únicamente para la policía. Como un ahorcado, el arbotante dejaba colgar su sombra desmelenada en el asfalto de la avenida funeraria.
Entonces P. hubiera querido siquiera entrever ese ángel o fantasma que lo besaría, sospecharlo siquiera en las sombras de las bancas bajo los faroles —sombras de arbustos, de postes, de matorrales que de pronto con tanto prodigio como precisión adquirían perfiles de fantasmas que avanzaban, y P. tenía que frotarse los ojos para aceptar que no había visto a nadie, que había sido tan solo un poco de sombra con viento.
En las abiertas madrugadas de los parques las sombras se agitan y mueven con un como crepitar de pasos nerviosos sobre hojarasca, y es difícil estar plenamente seguro de que uno mismo —ahí, entonces— es algo más de un simple juego del viento con las sombras: un deseo aislado y solitario en mitad de una escena desierta, sobre la que todos los delirios pueden ser escritos para que nadie llegue jamás a escucharlos. Puros arabescos de los matorrales en el pozo del silencio.
Sin embargo, P. constata que aquí, cerca de esta banca, no hay nadie; sólo pudo ser esta rama con su poquito de luna todo lo que la noche tuvo para él de las sirenas y sus llamados.
P. se sentó en la banca donde no había nadie y trató de relajarse. ¡Es tan tieso y pesado el porte de dandy o de "guerrero" con que se sale a cazar ángeles y fantasmas! Y tan extenuante el apego a los sueños despiertos en la madrugada, tan fatigoso, con frecuencia tan desolador, que más le valía calmar su tensión, su aprehensión, su esperanza —dar reposo a sus sentidos aguzados.
Se sintió de pronto tristísimo, esa tristeza muy honda y casi gratuita, tan conocida por los buscadores del deseo: muchas veces de lo que huía era sobre todo de esa fatigadísima tristeza de confirmarse como un deseo inexistente, un contorno de vaho sobre un cristal que no ha existido más que para sí mismo.
P. se descubre casi inverosímil: le cuesta mucho trabajo y mucha concentración creer en sí mismo a estas alturas de la madrugada. "La destrucción o el amor", gritó Vicente Aleixandre en 1935. P. casi se siente a punto de esa apuesta final, y de forzar alguno de esos encuentros violentos de que al día siguiente, con sordidez, darán cuenta los periódicos: el final de los ángeles es un más allá de la muerte: es la cloaca y la zahurda de la ciudad: ¿qué hay en esta ciudad —se pregunta P. en la hora de las respuestas redondas a las preguntas abreviadas— que no sea cloaca ni zahurda? Calma, se dijo. Y extrajo de su bolsillo, como una esperanza blanca y sólida, un mesiánico cigarrito.

***
P. tiró el cigarrillo apenas comenzado y se levantó de prisa: en cualquier rincón, incluso en alguno muy cercano, podía estarlo esperando la coartada de su propia esperanza, el fantasma de su propio deseo. Había que ir rápidamente a su encuentro. ¿O más bien, poniéndose exigente —uno debe ser muy exigente con los sueños, ¿pues qué se creen? ¡A sudar, cabrones!—, esperar ahí mismo?... porque en esto de los laberintos a uno lo buscan precisamente en el momento en que se ausenta en pos del buscador. (¿Paul Léautaud: el verdadero amor siempre llega a domicilio?). O forzar más al destino, y esperar el resto de la madrugada en el lugar más secreto, aun en el más inaccesible, total ¿qué va de imposibilidad a imposibilidad?
Para P., rodeado de un súbito silencio absoluto, en medio de la nada, todo se vuelve al mismo tiempo imposible o posible. Adiós a las fronteras de la realidad y de la verosimilitud. Todo es ya igualmente ambiguo y nocturno. En el Reino-del-No-todo-es-lo-mismo. Cualquier cosa puede ocurrir donde está prescrito que absolutamente nada ocurra.
Pero P. sabe que cuenta con algo contra la noche planetaria y hosca: el rumor de su sangre contra los muros de su piel, cada vez más frágiles; un rostro congelado que nadie está viendo, que la luna dibuja con claroscuros expresionistas; un cuerpo tenso que es una ilusión óptica más —bajo los arbotantes— entre los rejuegos del viento con las sombras vegetales. ¿Otra sombra ahorcada, deshilachada, que cuelga del arbotante?
Por lo demás, en una vulgar sociedad de prohibiciones, donde ya todo es imposible, todos los imposibles quedan en el mismo nivel de posibilidad, y empiezan a hacerse bien probablitos muchos imposibilísimos.
P. duda de pie en la negrura vacía, entre informes masas vegetales: ahí espera el amor o la destrucción: ¿o? ¿y?; a estas alturas ya no importa: el amor es la destrucción, el sueño es el peligro; y en torno suyo, a escasos metros del negruzco borrón del parque en el iluminado horizonte de rascacielos de la ciudad, ¡cómo se exaltan las calles iluminadas llenas de grandes anuncios comerciales y bancarios!, ¡con qué tranquilidad reposan oscurísimas todas las ventanas de todas las pardas unidades habitacionales! ¿Esto es la paz? Esto es la paz. ¿Esto es la civilización? Sí, esto es la civilización. Y un grito de ebrio —y todos los adolescentes lo imitan en su primera borrachera— se erige en un gran paraíso anarquista:
—¡Me lleeeeeeva la chingaaaaadaa!
La frecuentación de los pensamientos fríos, como los asomos al abismo, templan los nervios. Otro evangélico cigarrillo y una última vuelta al escenario lunar, casi museográfico, del parque funerario.
Ya puedes, P., pastorear tus pensamientos: el bravo vino del deseo sin sentimentalismos ni domesticaciones; la instantánea floración del amor cuando aún tiene todas sus frescas promesas, y no la confección de promesas de plástico, tela o paspartú para la foto de bodas en la sala; el reto de desear las flores bravas, con peligro y con olvido; el amor en el misterio, antes de echarlo a perder con adornos rosas y sentimientitos de dibujos animados; en una sola frase: el deseo dorado en su momento de oro y sin pensar en otra cosa.
Un deseo pleno en un mundo vacío, como la borrosa luna en el estanque negrísimo del parque. Que la figura de mi deseo, quiere P., no se me vuelva un maniquí tan real, tan posible, tan civilizado, tan católico, tan... como las novias, los compadres, los parientes, los primos.
Que no se vuelva como yo, piensa finalmente P., al decidir que ya es demasiado tarde: hay que llegar por fin a casa, hay que al menos engañar un poco al sueño, hay que ponerse el traje para ir al trabajo. Estas horas del fantasma o del ángel lunático en parques desiertos son toda el alma del robotizado maniquí —tan sonriente, tan buena-persona— del que hablan la nómina, el censo, el registro fiscal, la...
A veces la noche pródiga obsequiaba a P. el amor inesperadamente. Los papeles se invertían: P. resultaba la promesa —el fantasma, el llamado, la sirena, el ángel— de un Otro.
Alguien lo hallaba —alguien como naturalmente hecho para hallarlo—, y él gozaba la plenitud de ser por una hora el ángel misterioso, el fantasma pleno del Otro.
Y al hacer el amor (cuando realmente el sexo se volvía tan diestro y acoplado como el amor), P. se sentía realmente existente y digno de existir, se transformaba en una criatura exultante, en un hombre hermoso y frutal, ya diverso del muchacho tenso y melancólico de facciones demasiado correctas y menos de hombre que de un niño muy crecido. El amor le daba entonces —a oscuras— un resplandor animal a su perfil cotidiano casi inocente, casi convencional.
Sólo en estos momentos subterráneos —y sólo pueden testimoniarlo esos compañeros subterráneos—, P. resplandeció con una expresión de felicidad vigorosa, casi ruda, en episodios fugitivos de amor —escondido, tímido, atrevido, triunfante— en dinteles, tinacos y zahuanes; en calles sucias y hoteles sin desagüe; una expresión de felicidad conquistada, casi arrancada, a la parda y atolera Unidad-Habitacional-Cívico-Católica del Distrito Federal. que habría escandalizado a la Ciudad-Horas-Hábiles que lo conoce, a los parientes y compañeros y vecinos y amigos... a algunos de los cuales, por lo demás, los habría atraído mucho más que su diurna domesticación tan profusamente documentada.
¡Si a sí mismo, de traje y con sonrisa para el cliente, ya no se soporta desde las 11 a.m.! Si ya desde entonces está esperando la madrugada.
Pero en los parques del deseo, P. jugaba no a ser un yo mejorado, sino a encarnar a alguien diferente: nombre falso, ocupación falsa, conversación fingida, que se acababa cuando la madrugada acababa, y no volvía a tener más oportunidad sobre la tierra.
Los ángeles y los fantasmas de los parques desaparecían también de su vida, no sin dejarle la huella de haberse acercado a la fuga y a la bravura, de haberse asomado a ojos decididos, de haber planeado sobre su vida diaria como un ángel de juego de azar, una sirena o quimera de alucinación, un fantasma del destino...
Y en momentos radicales, P. supo también que en esto de enfrentar el deseo a los abismos, no hay mejores parques en México, sobre todo en las madrugadas, que los que nada tienen de vegetales: los vacíos de urbanismo violento, los parques erróneos —tiza, polvo, tierra, hierbajos, cemento— de rinconcillos de viaductos y periféricos y ejes viales, las barrancas y lomas semiurbanizadas, las largas alambradas de bodegas y plantas industriales y pasos a desnivel: ahí hay huecos para los sueños, y al terminar la madrugada, P. supo alguna vez que dejó en esa ciudad-barda, en esa ciudad-muro, en esa ciudad-lote-baldío, una huella escrita, un letrero bravucón, obsceno o absurdo, en memoria o rastro de su deseo.
La madrugada se puebla de letreros en muros que iluminan, como si no vieran, los fogonazos de los sonámbulos automóviles.
Cuando a P. le sospechen una borrachera común, una parranda vulgar, ¿sabrán sus compañeros diurnos que una efectiva razón de vivir ha sido la de probarse uno mismo en la línea de fuego de sus sueños: la de ponerse en peligro: la de buscarle a la vida todas las salidas —sobre todo las que no tiene—; la de tratar de forzar todas las negaciones y todas las prohibiciones?
La mañana encontraba a P. realmente cansado, como si realmente existiese. Realmente había existido.
Eso al menos recuerda P. de sus veinticinco años, cuando le preguntaban qué era lo que lo hacía tan fresco o tan vital, tan entusiasta y apasionado: lo que le daba tantos estímulos para vivir, ¿era acaso Dios? ¿era la ambición? ¿era el dinero?

2.GARAÑÓN DE LA LUNA

GARAÑÓN DE LA LUNA



NEGACIONES

Insomne.
Latidos como potros.
En la ventana del deliro.

Sueño abjurado,
has vuelto a mí,
tus promesas
como garras en mi helada garganta.

Caer, caer dentro de mí,
mientras la fiera luna
gesticula
todas mis negaciones.

Todo lo no vivido.
Sólo lo no vivido nos condena.

Mis vacíos delirantes
giran en torno.
Insomnio,
centro de vacíos.

Se centran
los ecos del vacío.

La ventana
a las ventanas
lunares
del vacío.

Potros como latidos:
brama la luna
en el vacío.

Frente a mis ojos la llaga demente
gesticula:
la crueldad cóncava de lo que no he vivido.

Dentro del sueño,
el tribunal de lo que no he sido.

El hueco en yeso
de mí mismo.



LABERINTO

Gota a gota,
como teclas,
el piano de Medusa,
sus pisadas,
cabellera de plata,
arpa mental,
el silencio:
gota a gota,
tu propia música,
pero en piedra.

Como ecos,
la luna
aprieta mi garganta:
nada qué decir:
no se puede,
existencia cerrada.

Ojos duros:
observo
dentro de mí
abismos rapidísimos.

(Despertar ahora,
o la locura).

Decirle no
a la lívida
luna andrógina,
sus dedos fríos
en mis propios ojos ávidos.

Dentro del sueño
otro sueño,
y otro más profundo,
y dentro otro,
me lleva ¿dónde?

Huellas del crimen,
sandalias,
gotas,
teclas de plata,
cabellera concéntrica
de Medusa.

(Al centro yo mismo,
pero piedra.)



VERDE LA SIRENA

La noche, profunda,
sus pétalos interiores,
estrella en trance,
sueño de mí mismo,
medusa profética
de mis lentas aguas interiores.

Mi sueño halla su centro,
se contrae, jocunda rosa,
pozo de la luna y la marea,
mar concéntrico,
espejos circulares
de un equívoco paraíso.

Mis labios son el río,
mis ojos son la gruta;
se desnuda (verde) la sirena:
sus pestañas húmedas, como musgo;
sus ecos como estertores: me hablan:

—Un poco de delirio,
un poco de fiebre y ya está:
entre fantasmas y peces,
el paraíso.

Sus ecos como estertores,
la otra orilla, me dicen:

—Al fondo de la derrota,
de la enfermedad y de la caída
te aguardan, calientes,
mis reinos secretos.

La noche sumergida,
el vaso de los cuerpos,
ojos que me alzan,
mis labios son estrellas y lo saben.



BESAR LA LUNA

Luna, punta de fuego,
perro en tempestad,
luz dura,
manglar de estrellas que fermentan,
olor de lo que nace
y se pudre bajo las aguas;
cangrejo arisco, pájaro de agua,
estanque de la demencia,
alado pez,
ártico en llamas.

Tu silencio canta vientos metálicos,
arpas obsesivas,
dedos como alfileres,
lluvia que se concentra:
el cuervo grazna tu serenata de ecos,
negros incendios en follaje de sombras.

Dentro del mar crece inversa la hoguera,
fuego blanquecino con penachos de bronce,
blancas luminarias del oro del sueño.
Descalzo danza el delirio.
Luna, tus pies de hielo.
Tus ojos de marinero ahogado.
Dentro del agua toda la noche flameas.
Tiendes tus puentes debajo del agua.
Iluminas tus barcos debajo del agua.
Alzas tus garzas como orillas de espuma.
Alta marea, cabellera rápida.

Como labios de espuma suena tu canto lentísimo.
Tus garzas de vidrio son tu canto de espuma.
Danza la luna como garza que bebe.
Ondula el estanque sus pasos narcóticos.
Mutuas letanías, las olas se contestan.

Luna: tus crines ingrávidas,
altos sueños de palmeras inversas, encalladas, sumergidas,
desmelenadas sirenas se destrenzan: furibundas miradas presas,
danzan en círculo contra el cristal del acuario.

Luna: cervatillo espectral,
envés del alma,
beso que eternamente se hunde.



TODAVÍA

Llegar al corazón;
resbalar,
ir fluyendo
como vena roja en un dibujo a lápiz;

resucitar,
sentir;
ah, ponerse en pie:

Todavía,
por esta vez,
no se llegó a lo último.



MINUTERO LIQUIDO

Qué música tan delgada
sabe tocar el delirio.
Qué dedos suaves y exactos,
qué finamente hila:
cómo resbalan, precisos, sus cabellos:
gota a gota,
minutero líquido;
así se desangra la conciencia:
así palidece el rostro
y el pecho de un azul de pez
se transparenta.
Entonces, el vahído.



LIMPIO AIRE DE LA MAÑANA

Limpio aire de la mañana,
amo en ti
tu aroma reciente de tormenta.

Tormenta concentrada,
alzada en azul, en sol,
alquimia.

Éxtasis de cristal
en la cumbre de las batallas combatidas.

Limpio aire de la mañana,
alto
guerrero sólido,
ozono,
cifra breve,
grito de hurra,
próxima tormenta.

Oh tempestad, teoría de yodo,
apenas estrías, briznas
en el cristal de la mañana.

Pereza total de la mañana,
página donde asentar
la escritura del trueno.

Silencio
que ya ocupa mi grito.



SEBASTIÁN

Una majestad cadavérica,
aún flor de fiebre,
todavía animal que se debate
en las redes del delirio
contra sus cazadores bien armados.

Torpe, feroz animal,
cómo te punzan.

Estelar y resplandeciente
en un instante de locura,
el mundo erizado en demencia,
el universo afiebrado,
sangrante y brillante en tus heridas.

Sebastián entre las redes,
cómo te flechan.

Carne que finalmente estalla,
rocío en los párpados de la muerte,
sangre final y sin nadie,
ebria rosa entre mil espejos
en cada rebrillo de tus ojos extáticos,
rosa desorbitada
en cada pétalo de tus heridas.

Abismos de ti.
En tus sueños te sabes
asaeteado por la razón:
los soldados de la razón,
las marchas fúnebres de la razón,
los paredones de la razón.

Dentro de ti, lleno de abismos,
víscera empavorecida y atrapada
entre los perseguidores de tu delirio,
alzado en un hervor de plenitud,
mazorca de heridas,
hurra de todas las sangres,
espuma de tus sentidos acuchillados,
rostro fijo de bestia demente y sin gritos,
demencia muda,
que no te habías visto jamás,
que nunca podrías permitirte,
que aun dentro del sueño
hay que asesinar.

Cómo te asesinas en tus abismos
y abandonas tu propio cadáver
en los entreflujos del sueño.

Floreciente tras tus párpados cerrados,
majestuoso y como agónico,
fruta voraz,
escuchas como un vahído
las botas militares de la razón,
las botas sacerdotales de la razón,
las botas patriarcales de la razón.

Ahíto, te sobresaltas,
atragantado de tu abismo,
crujes dolorosamente en tu silencio,
sudas, jadeas, te salvas,
flotas entre tu propia resaca,
te alcanza al fin la orilla:
lo has perdido todo.


MUCHACHO MAR

El verde mar lleno de pájaros dorados,
de gritos alados allá dentro,
musculadas aguas luminosas,
sonrisas de espuma, gargantas de espuma,
harapos de pájaro y sal en las orillas;
plumaje mar en la rompiente,
todo silencio menos el mar obsesivo,
y las barcas como grandes peces averiados.

El tremendo mar que crece al cielo,
conflagración de oscuridad y lluvia,
astros como ojos de peces tras las nubes,
luna ácida, ósea, vacía: la luna de la duda
y un olor de cuerpos podridos y renacientes,
de pescadería y manglar y cuerpos que se abren
y selvas y mares brutales bajo la tormenta.

El lento mar de la sangre y el sexo,
la sangre mar insomne en los dormidos,
la sangre mar sonámbula en los despiertos,
la sangre secreta de apremios acezantes,
flor viscosa, estrella giratoria,
el mar de dentro en las rompientes del pálpito,
el pájaro preso de alas urgentes,
urgentes alas del amor, casi suicidas;
el mar en el pecho con fragores de víscera
se rompe ahora en tus ojos, ¿lo miras?

Amanece el día en tus ojos líquidos,
verde mar que despierta, ojos serenos,
todo alas tu alto mar de sueños solares,
renovada limpieza en tus labios tímidos,
¿hablas? Sonríes como alba rápida en el estanque,
se diría que vas creando tus paisajes,
eres más verde que los verdes árboles relucientes;
me veo en ti, cisterna fresca, y veo tus sueños
que aletean entre las ramas y se esconden.

En esta ciudad como gran barco petrolero
bombardeado, al fondo de un mar aceitoso
de naufragios acumulados, de calles albañales,
en esta tubería de ciudad mar, resplandeces;
eres, en ella, otros lugares y otras cosas,
en medio de ella eres salvarse de ella,
dentro del asfalto prometes todas las vegetaciones;
cierro los ojos y sigo tu barca,
tu frescura de ángel inmune a las desolación.

Una gran fiesta del mar tus piernas doradas,
las promesas deportivas de tu ropa
ajustada, limpia, estallante de colores,
tu esbeltez de pájaro que se clava en el mar,
eres el mar tú mismo y sus pájaros dorados
gritando allá dentro, bajo sus musculados resplandores;
eres la playa y la rompiente, los guiños de espuma,
tu día se demora en litorales y zodiacos.

Te miro pasar, muchacho, y te celebro.



GARAÑÓN DE LA LUNA

A Jorge Olvera Ramos

Volcados en la espuma de bronce, viscosidades natales,
como la luna que cruje en un lecho de despojos,
en su hoguera miasmática y nutricia;
cárceles del deseo, dentelladas del delirio,
lluvia de crines agrias fermentadas,
relámpagos verdes del sueño.

Yeguas, olores fantasmales en las escalas del aire,
verdes brumas, gasas verdes, arborescencias,
brisas de víscera, sirenas,
cristales, prismas de niebla.

Garañón de la luna,
conmoción de espuma su bronce leonado,
respiración genésica,
ojos de cuchillada en playas irreales.
Aguas intestinas, claros verdores del alba,
el mar mismo pero lunar y macerándose,
el mar dentro del mar, obsesivo
como bodega o sumidero de frutos destripados;

establos de la luna,
paren y se lamen las bestias cabizbajas
en una hora hipnótica y submarina;
huertas de la luna,
vientres vegetales que raja la tormenta: belfos,
espumeantes sumideros de bronce.

Torturada entre algas y espejos afilados,
densa de esfínteres y amapolas,
parturienta la luna,
ecos de sus vagidos la marea;
yegua blanca bramando,
astrales fluidos lechosos en el horizonte del alba,
enjambre narcótico de yeguas
que se aparean a dentelladas de bronce,
rabiosas yeguas blancas en el manglar del alba,
inmolado garañón final ensangrienta el alba,
luna masculina y guerrera de mitologías extranjeras.

Blanco garañón de la luna, blancas yeguas,
resumidero de bronce la orilla del mar,
noche rota, grupas descuartizadas,
albañal de nervios y crines al amanecer,
puestos a secar al sol,
carroña de la luna junto al mar
con sus atareadas colonias de cangrejos.



CIEGA LUNA

Ciega, la luna
tambalea sus lámparas,
como pies desnudos
que desandan las mareas;
el crujido del viento
es chisporroteo de espuma entre las rocas
o pasos numerosos en la hojarasca;
van y vienen las olas bajo la luna,
pierde la luna y recupera sus pisadas,
suma y resta reflejos fragmentados en la marea;

luna descalza, tropieza la ciega luna
en cada ángulo de las aguas;
rebrilla en todas las aristas del mar agitado,
se hunde y asoma en los crujidos del viento;
pupila ciega, luna rota en mil cristales,
pedacería del agua, prismas y rebrillos
de un espejo innumerablemente fragmentado;
lunas náufragas al mismo tiempo gritan auxilio:
¿quién anda contando las lunas
—tejer y destejer cifras del delirio—
en cada luminoso cristal, ángulo de espejo,
arista, lengüeta del agua?

Luna, pedacería del mar, demorada entre tus sombras.



CRISTAL DE LUNA

Dentro del estanque, tú mismo en el estanque,
fértiles aguas tus ojos líquidos,
tú ya ni el soñador ni el soñado,
vertido ya del todo en tu sueño oscuro,
ya todo edad de oro e infierno sin escape,
Endimión: tu cuerpo trabajado por el sueño,
amado desde dentro, flor de luna, manantial de luna,
por el beso apremiante de tu sueño,
tallado en el cuerpo adolescente de tu sueño,
todo olvidado, todo recuperado, todo aventura,
sueltas luces poliédricas de tu cristal de sangre,
río del mundo, todo navega.

Almendra de ti mismo en todos tus mandalas
(eres, Endimión, todos los ríos),
todo aromas úricos, todo muertes y procreaciones,
Endimión, desatadas en ti las divinidades del sueño,
azarosas y gesticulantes, desmelenados en ti todos los riesgos,
calle del crimen, aullidos de cristal en la garganta,
diamante del pánico, diamante del orgasmo.

Qué extraño el mundo, qué estupor, qué angustia.
Saltan dentro del sueño las vegetaciones primeras.
Santuarios de moluscos crean la luna.
Luna, colmena de guerreros y sirenas.
Amantes de la luna, aguas lustrales.

Dentro del estanque nocturno un vahído de luna.
Te pierdes cada día y renaces, bautizado, originario,
despojado de ti, Endimión, invadido de mundo,
florecido de más allás y más acás del mundo,
nuevo, poseído por quimeras del primer día,
arruinado, poseído por quimeras del último día,
todo sueño es el primer día, todos tus sueños el último,
todo tú el final y la novedad de la vida,

llegas con lirios, algas y guirnaldas a la orilla,
guirnaldas de hierbas de la gruta de las quimeras,
duermes y mueres y siempre estás naciendo,
naces toda tu noche toda tu sangre en tu cristal de luna.



COATLICUE AÉREA

Los dioses tienen hambre de ser animales.
No les bastan las estrellas ni los ángeles.
No les consuela su aérea geometría,
ni su aliento de nubes muy altas y presurosas.
Buscan el olor de los establos
y de las calientes bestias jóvenes.
Espían el parto espumoso de las fieras.
Se dejan crecer garras y colmillos.
Ya son águilas y jaguares rabiosos.
Ya son más toros que los océanos fermentados.
Ya son fieras de fieras veinte fieras apareándose
Ya son un monolito intestinal.
Un hígado jubiloso de manglares.
Una sola fiera populosa y frenética con sus vísceras en flor,
todas las fieras una fiera en canal, en descuartizadero.
Ya son casi el hombre, ya casi se entrecruzan
con el lamento animal de hombres cuando se aman;
tristísimas las nubes van pasando
altas y presurosas con sus dioses hambrientos.
(Qué jadeos en el tenso crepúsculo.)

Solían ser las nubes teorías de dioses sin establo,
sin juventud, sin plumas;
solían ser grecas y contabilidad de los astros;
eran las nubes geometría innumerable
de dioses sin reptil, de dioses sin juventud,
de dioses sin fango ni plumas.
Geometrías sagradas vagaban como teorías
de dioses que abocetaron la carne feroz
y no le dieron alcance.

No obstante, ahora, forman muecas zoológicas
las grandes nubes, grandes monolitos aéreos:
asoma el sol proyectos de oso-colibrí, de águila- mandrágora.
Qué gestos tremendos van haciendo los tristes dioses,
qué ferocidad impotente de ancianos locos en delirio
que vagan soñando sus pasiones de juventud,
en trazos de niebla se esculpen impetuosos y jóvenes.



ABRACADABRA

Embrujadas, devueltas a su eco,
azoradas sirenas tambaleantes,
labios de sangre y espuma,
las palabras, las palabras
escupen ebrias profecías
para nada, para nadie.

Endimión, ¿lo has escuchado todo?

¿De qué sirve, a quién interesa
el sueño, sabat de palabras
que nadie recordará jamás?
Ni otras sirenas en otro sueño
darán con su significado.

Danzan como delfines, platinadas,
verdes, aceitadas, colas espasmódicas,
brujas marinas, brujas crustáceas
de la luna.

No abandones, Endimión, tu cámara secreta
de tahúres ecos sin espejo;
fuera de tu sueño nunca hay nada;
aquí y ahora
tampoco nunca sucede nada.

Ecos, conjuros, abracadabras
en un yodado silencio de marisma,
resonancias muertas de naufragios
como pálpito de moluscos.

Bisbiseo de quien duerme:
todo dentro ocurre,
nada nunca significa nada
sino contracciones inmersas,
gestos y lamentos de quien duerme.



IMANTADOS PECES

Fósforo de ojos que no miran.
Abismados peces.
No se respira bajo ese mar.
Imantados peces.
Ojos en su grito de náufrago
atrancado en la garganta.
Bajo el cristal del sueño
nos recordábamos erróneamente vivir
y olvidamos.

Circunavegan las quimeras,
los estandartes, las escamas.
¿Quién estuvo ahí?
Todo es fósforo en la niebla.
Aguas de fuego peina la luna.

Todo felizmente reina
como mareas cepilladas,
el mundo felizmente escapa;
vacíos, los peces
lavan sus ojos de toda imagen,
nunca han visto nada,
olvido bautismal,
qué libertad, qué estreno
de garzas heladas en aires vírgenes,
en altas espumas resurrectas.



CATEDRALES SUMERGIDAS

Todos los destinos
que no navegué
cantan en mi alma
como ciudades sumergidas.

Tu sonrisa, alta puerta al vacío.

En el sueño recibo
amenazas cifradas
de mis ciudades sumergidas.

Letrero en la barda, tu sonrisa.

Tu sonrisa,
a caballo,
en labios azules.

El ángel de mi muerte
apresta su batallón
desde la más profunda
de mis ciudades sumergidas.

Cabelleras en mástiles, tu sonrisa.

Todos los destinos no navegados,
campanas de duelo
en mis catedrales sumergidas.

Olas como párpados, tu sonrisa.
Mi sueño, el jinete prófugo
—verde traslúcido— de tu sonrisa.





BARCO DE LUCES

Todo un barco de luces
la juventud,
toda la noche entonces
río arriba.

¿Quince, diez años atrás?

El propio río
gran barco de luces,
con toda la noche a bordo,
luces y luces arriba.

¿Diez, cinco años atrás?

Y un gran pitazo,
una llamada urgente a embarcar,
que de repente, con un vuelco,
el propio corazón resuena.

¿Cuatro, tres años atrás?



SIRENA SARDINA

La muerte, sardina podrida,

sirena de atarjea,
perra en celo:
como en un lote baldío,
apesta en tu pensamiento.

Entre los pliegues de la rosa,
sirena oculta,
destila sus mieles,
la noche yegua negra
de párpados amplios.

Todos los perros sarnosos,
relámpagos sórdidos,
ángeles terribles,
la cortejan, la cortejan
en tu pensamiento.

Pozos podridos, plantas enfermas,
hongos, tumores callejeros,
todo el aire una cárcel,
amantes en la ráfaga,
calzoncillos insultados, por ahí,
entre latas de cerveza;

señores del insomnio y de los pasos,
altas mareas del bar,
mejilla de la luna, cabellos de la luna,
sirenas de policía, caos
de una equívoca estrella
chorreada porque sí, en cualquier acera.

La carne a punto y la noche afuera.



OJOS COMO GAJOS

En el cántaro
del sueño
canta el cráneo
concéntricas
cavernas.

Escamas como espumas
macerado vino
bebe el labio,
poliédricos lagares,
madréporas.

Órbitas en cántaros,
ojos como gajos,
frutas del sueño
en manteles como sábanas:
el vacío, esa mesa.

Abejas sanguinolentas.

Las manos perdidas,
los dedos como exhalados,
tocar el rostro que huye
en las revueltas del sueño;
los ojos fugitivos
en las espiras del eco,
el silencio con vahos dibuja
el hueco del rostro perdido.



ARPAS DEL FRÍO

Atardecer:
Luna de ojos vendados,
coronada de abejas.
Ámbar sanguinolento.
Membrana de flor
bajo los párpados.

Casi el fin, casi
la ceguera.

Aire negro,
espejo negro,
viento en los párpados,
briznas de luz, briznas de sal,
manos siluetas,
florescencias del frío,
lámpara temblorosa,
la rosa del frío,
beso.

Manos como ramas,
nudos,
arpas del frío,
el tacto suena.



SANDALIAS EN LA BRUMA

Los largos gritos de la muchacha
en las azoteas de la luna.
Un radio que se desgarra.
Aullidos transitorizados.
Sorda la noche espera.
Fondos marinos, recodos como cofres.
Todo dislocado en cristales instantáneos.
Hilos de bronce, madejas resinosas, estrellas.

Arabesco de cristal dentro de lo oscuro.
Escalas de bronce, brazos de la luna.
Dedos de bronce, yemas, goteos.
Las azoteas como puentes
de luna a luna: la misma hora,
sandalias en la bruma, siluetas de aceite.
Las calles ríos, de azotea en azotea.
Los largos gritos de la muchacha.
Rumores de radio y erizados gatos que fornican.

Noche ciega de pies fríos,
detenidos. Relámpagos cristalizados
dentro de los ojos.
Nos vemos flotar, iluminados y náufragos.
Ramas de la nada, redes eléctricas,
peces agónicos, orgasmos.

Desde las azoteas, canales turbios de la noche,
los callejones: silencio estancado.
Lunas de bronce rielan en el asfalto.
Invisibles muchachas gritan sobre barcas borrosas.

Ramajes de la luna, asfalto donde la luna
escribe vuelos de pájaro.
Guirnalda oscura de flores fermentadas.
Juegos de palabras bisbiseando en labios carnosos,
entreabiertos como orejas.

Verdosos puertos a lo lejos.
Equívocos horizontes llameantes.
Rescoldos a lo lejos.
Muda, la noche, sobre el espejo roto.
Vahos, gente sin ojos, rostros exhalados.
Muertos sin viento, manos sin uñas.
Fantasmas como banderas, humos.
Besos, brasas, destellos.

Noche: tus senos de sombra,
tus blancas piernas a nado.
Bardas como lechos.
Mujer desnuda, lunar,
caminas intensísima
al borde de la acera.

Ángel loco animal entre semáforos.
Radios lejanos.
Largos gritos de muchachas.
Espigas sombrías, lirios hipnóticos.
Desiertos del eco,
ecos como lirios en peceras.

Lirios peces debatiéndose, labios entre redes,
ecos vísceras del vahído.
Florales párpados, helechos
del vahído.



MASCARA DE ÉTER

Resplandor descompuesto,
invierno de ángeles antorchas;
vegetaciones de oro, jugos negros,
altas serpientes de la noche,
un ángel de estercolero te lame los párpados;
vapor de maderas, dentelladas de salitre,
ojos desdoblados, sin testigo ni doble;
racimos de murciélagos, amantes anudados,
sombras abrazadas de largos brazos,
un ángel estibador rasguea tu guitarra;
mordeduras oxidadas en manzanas,
sonríe la sal en labios reventados,
savia úrica, escarcha de pestañas,
bosques movedizos, embriaguez subterránea,
reír de esquinas: en el zaguán de la noche,
sombras desposadas, espejos con fondo negro,
ángeles de carnaval disfrazados de amantes,
mordeduras nítidas sobre una máscara de éter.

Danza sobre el mar, marcha en la llama,
fuentes bajo hojarasca, venas de sepia,
surtidor de sombra en desiertos de cristal,
hierbas de la muerte o del parto,
hilillos de sangre o cabelleras,
luna roja en la roja enramada,
tu muerte bebe su muerte de tus labios,
tumba que asciende entre los árboles altos.



ARDE UN ÁNGEL

En tus ojos revueltos arde un ángel
equívoco, como una quimera.
Si arrancaras al ángel, tus ojos, rotos...

Todos tus amigos del sueño, todos tus ángeles mudos,
naufragados en el fondo de tus ojos.
Sus miradas terribles dentro de tu mirada,
en el espejo, te hacen muecas.

Si arrancaras sus muecas terribles, tus ojos, rotos...
Hay princesas y golondrinas en el cristal de tus ojos,
como un cofre hundido con naranjas y diamantes,
fragmento lunar, carne luciente,
todo es más colorido, más rápido ahí dentro.

El sueño acerca un espejo a los ojos de tus ojos.
Usan túnicas marinas tus ángeles equívocos,
desnudas como cadáveres bailan sus princesas,
con trenzas más verdes que las estrellas del alba;
golondrinas de diamante picotean tus pupilas.
Si los hicieras callar, tus ojos, rotos...



PAISAJE A TODA VELA

Ángel,
lleno de brazos,
árbol,
por todas partes
apuntalando el viento.

Por todas partes,
ángel,
ramas,
exhalación de aves,
hojas,
tersura de ángeles,
ángeles nervaduras,
geometrías,
jugos de existencia.

Árbol,
ángel vertical,
proa,
mástil
del paisaje a toda vela.



LLUVIA VÍBORA

Centinela
a las puertas de la noche:
estrella
perdida podrida al fondo del estanque.

Anclada,
roca viva
contra olas calcinadas.

Anuncio
del más allá de la noche.

Estandarte:
nadie en la noche te encuentra.

Lluvia
negra en mares negros.

Lluvia víbora:
falda vegetal, bestias verdes,
ocultos entre víboras selva
-tamizado silencio—
los enmohecidos dioses.

Musgo, acera
de las lechosas calles de la noche.

Antorcha de víboras:
enarbolada más acá,
noche en la noche,
en la cresta del sueño
gesticulas.



GRAZNAN LLAMAS

Soñarse, pero muerto,
reformado e inverso
como reflejo en el agua.
En su agua brillan las llamas.

Uno mismo, pero sordo,
tamizado,
por un aire de hielo
bien metido en un espejo,
y quererse ayudar, pero el otro,
allá, alucinado.

En su hielo graznan las llamas.
Uno mismo, pero ciego,
mirándose hacia dentro,
perdido en su eco,
clavado en su abismo
hasta las orejas.

En su espejo se abrazan las llamas.
Quererse hablar
con mandíbulas
trabadas.

El sueño late en los párpados.
Silencio, esponja de ecos,
borroneo de murmullos.
Hilillo de sangre
en los labios de la noche.



FOGATA EN VERDE

El fuego, árbol todo lleno de manos,
todo escritura de mil manos, navajas en los puños;
danza de piernas incansables, cada paso todos los pasos;
mil ojos en cada hoja, en cada rebrillo mil miradas,
y entre sus ramas, atenta: la salamandra.

Sol vertical con viento, casa del fogonero,
ascuas como frutos, floraciones,
cada pétalo cien flamas, cada fruto introspección
de llamas anudadas, cada jugo un sol líquido,
resplandor de resinas, surtidor flameando.

Paisaje enarbolado como antorcha,
ángel todo antorcha, torre de resplandores,
venadito de alta cornamenta, enredadera de astros,
como peces metálicos parpadean tus aves,
una sola mano pura llamarada, cabellera entre corazones,
cada rama una cuerda, cada nudo una brasa.

Barco con estandartes de incendio,
oriflamas de pájaros, iridisaciones de pájaros,
hojas como ascuas, reverberaciones vegetales,
fogata en verde, oro sobre verde,
fiesta de sombras, negro sobre verde.
Sólido relámpago, glifo ardiente,
alto dios en su crepúsculo, inmolándose;
confesión multitudinaria de voces agolpadas.

Hoguera fija, árbol estatua del fuego,
lanza de luz llena de noches,
candelabro de bronce crepitante de pájaros.



BEBEDOR DE BRUMAS

Marinero de espumas, abofeteado
por sus propios sargazos,
todo el mundo tras sus párpados;
soñador de pulpas rosadas,
menos real que las brisas;
las olas, muchachas de agua,
mareas, nudos de piernas;
náufrago, bebedor de brumas;
él, más frágil que las brumas,
evaporándose entre ellas, exhalándose.



LIRAS

La noche con sus ruidos:
un pardo palpitar de malos pájaros,
de ojos sumergidos
en las cuencas acuosas de los párpados;
la gente adolorida por las calles
agolpadas de muslos y de talles.

El tarro de cerveza,
la pimienta, la sal, el cenicero;
la pareja, la mesa,
la cartera, las ingles, el mesero,
y sobre el cristalón del restaurante
se besan y separan los amantes.

Y con relojes pasos
(Salón de baile: álgebra en tacones)
volátiles abrazos
(latir brasieres entre pantalones)
multiplica la noche, suma y resta
(cuerpos lunas que son sones de orquesta).

Caja registradora,
las cifras tintineas, y los billetes
(corista tú canora)
entre pechos (sonríes) rápida metes.
Y en brindis de rosadas pantorrillas
te pierdes en un dédalo de sillas.

Amores digitales:
lentas, secretas, húmedas caricias,
los amantes carnales
en el cine de barrio dan primicias:
la chamarra del novio sobrepuesta
sobre pechos de novia que hacen fiesta.

Coloridas y frías
la ciudad enarbola sus banderas:
labios, ojos y encías
en anuncios neón (las primaveras
urbanas de altas flores comerciales:
braguetas frutas son monumentales.)

En baldíos oscuros
(bullicio de basura con el viento)
los amores impuros
encuentran soledad de apareamiento:
pedregales con latas de cerveza,
bardas rotas cundidas de maleza.

Cazadora, la luna,
como la vieja Diana de la fuente,
de pronto lanza alguna
flecha mambo de amor con aguardiente,
y al perfil de sus muslos repujados
van suspiros, van señas, van recados.



NOCTURNO DE JUAN LORENZO

En instantáneas de sueños, bajo luces mortecinas, ángeles azules de mezclilla y camiseta recortan perfiles de amantes fantasmas,
Detenidos en un encantamiento de geometría, casi eternizados en un signo de interrogación, húmedo de reverberaciones opacas;
Desfallecidos en rincones extraños, con músculos sombreados, suaves; menos ellos mismos que sus reflejos prismáticos en la luz líquida de las pupilas que los enamoran;
Ángeles en espera o de prisa, atónitos o en saltos de resurrección, con un enigma espectral y silencioso en sus cuartos vacíos, reinos geométricos, hoscos paraísos como escenarios abandonados del teatro,
Conservados en su instante limpísimo de alta soledad, gallarda y sólida;
Ángeles nadadores cuyo rostro es todo el mar, cuyas brazadas son todo el oleaje y cuyos torsos toda la luz;
Cuando el David emerge, glorioso, de una alberca escolar o se fractura en los planos de las cuerdas de un ring;
En la noche planetaria las figuras florecen solas y fragmentadas, segmentos de cuerpos en un ojo de espía;
Olas como nubes, y el nadador entre las sábanas, en naturalezas geométricas que no admiten la gravedad y todo en ellas vuela;
La cintura y el cuello y los labios vuelan; los zapatos tenis son un poco aves y las piernas remontan parajes de tragedia o de idilio;
Ángeles casi abstractos en sus episodios de un pedazo de sillón, de un laberinto de muros, de alfombras y calzoncillos;
Rompecabezas aéreo: rostros que se reiteran, desdibujados por el sueño, todo sombras grisáceas;
Cuando el que acecha se distrae, el cuadro queda vacío y las figuras, cumplido su instantáneo vaticinio, andan por otra parte;
Tijeretazos del sueño, y después el papel en blanco.
Y nadie hay en la alcoba sino la geometría.



OLEAJE DE MUCHACHOS

Todo clamor de espuma.
Euforia de blancos pájaros
a la orilla del agua.
Despertar de pájaros
limpios como albas.
Adolescentes de horas enteras.
Nada para mañana.
El hoy olas de jazmines.
Todo el ahora ahora.

El mar todo risas
de dieciséis años.
Todo el hoy aceites.
Brillor de ojos rasgados.
La playa esbelta como un chico.
Todo el hoy doradas palmeras.
Dientes nuevos de manzanas.
El mar con sus dientes nuevos.

Dorada la playa
como un pájaro al sol.
Grazna la espuma con júbilo
como chicos que patean la pelota.
Festín de pájaros.
Revolotear del origen, la pelota.
Todo el mañana es hoy,
redondo y abierto de frutos.
Todo el ahorita ríe
con sus frutas abiertas.
Me guiñan los dientes del ahorita
entre labios como párpados.

La pelota al agua.
Batir de nubes o pájaros
en ropa deportiva.
Flamean como banderas
los torsos nuevos
y sus camisetas.
Oleaje de muchachos.



VERANO DEL 91

He sentido la muerte.
No me pregunten por qué.
Era una lengua de gran gato
sorbiéndome el cerebro.

Sentí sus pelos rápidos
detrás de mis ojos,
dentro de las orejas.

El mundo se me caía
conforme me tragaba sesos
y filamentos.

Esperé que fuera una pesadilla
y yo estaba bien despierto.
Esperé morirme en seguida
y todavía ando por aquí.

Pero supe de esa gran lengua de gato
sorbiéndome el cerebro.

A veces creo que vuelve otra vez
cuando me acuerdo de mi madre,
de un amigo muerto.

Me está llamando:
escucho el llanto sofocado
de mis grandes pedazos del corazón,
sus rehenes.

Escucho su llamado de gato enorme
deshaciéndome las redes
de mis adentros.

Con tan grandes pedazos del corazón
en el más allá,
¿por qué asombrarse
que nos ande lamiendo,
sorbiendo, royendo el cerebro
una gran lengua de gato?,
¿que un montón erizado de pelos
nos ande trasegando
el caracol de las orejas,
el nudo del corazón,
ombligo herido,
el revés de los ojos,
luces sangrientas,
y toda la ya perdida
—adiós, vida entera, adiós—
solidez de la razón y de los nervios?



CANCIÓN DE CESARE PAVESE

A Luis Miguel Aguilar

Lo que más secretamente temes
ocurre siempre.

Desecha a tus enemigos secretos:
son grandes banderas
de lo que temes.

Nunca esperes nada:
la más secreta esperanza
es vocero de tu temor,
ya anuncia la llegada
de lo que más secretamente temes.

Siempre ocurre
lo que temes más secretamente.

Jamás tengas un mañana:
el futuro es tu enemigo,
aun el próximo minuto
sólo viene con lo que temes.

Jamás te acuerdes de un ayer:
ahí está tu tesoro, tu carne
y todo lo que habrás de perder,
como tan secretamente temes.

Que sean tus sueños en blanco
y tus días limpios de tiempo:
destruye también secretamente
el amor, el sueño, la sonrisa.

O no escribas más: sólo el acto
que más secretamente temes.

Llega fríamente tu liberación
que tan secretamente temes.

3. LA SIESTA EN EL PARQUE

LA SIESTA EN EL PARQUE



POEMA DEL CARACOL

El mar es más exasperante
que las crustáceas caracolas;
las caracolas adornan las ventanas
de Tierra Adentro.

El caracol es una espiral hipersensible,
como la inerme vivisección del oído.
En el fondo de la oreja
el sonido enardece.

¡Oh conquistador!, contra ti mismo
ajusta tu armadura.

Más que el mar es el rumor del mar
lo que vuelve absoluta
la canción de las sirenas.

El radio portátil del caracol y las orejas
sintoniza inminencias de amor.
¿Desde qué oculto micrófono
vienen estas pulsaciones de la sien?

Oír de lejos es el clímax del ruido:
Nostalgia, ilusión óptica,
la distancia
hace posibles el fervor de los fervientes.

***
Víctor es blando como el caracol,
y enroscado como el inmóvil y duro caracol,
que al caracol encierra.

La canción de las sirenas
en el rumor de la oreja.
(De madrugada, la estación de radio no trasmite más;
el pobre aparato vibra sin señales.)

Cada cual tiene su modo de callarse.
Radio desenchufado, caracola rota,
¿y si se nos fuera la electricidad?

Víctor se enfunda y enrolla
en el más largo de sus abrigos de invierno,
cierra los párpados,
endurece el pellejo, aprieta los dientes
y con todos sus dedos pretende el pobrecito
tapiarse cada oreja.

Inmóvil receptor de lejanas realidades:
el silencio en la mente
es canción más lejana
que el rumor insistente del mar.



POEMA DE LOS BÚHOS

L'homme ivre d'une ombre qui passe
porte toujours le châtiment
d'avoir voulu changer de place
.
BAUDELAIRE

Como si el único golpe de viento fuera un soplo fío
en una hora mustia que no dispersa el polvo,
ni alborota las faldas del abrigo
y nada se despluma ni vuela la hojarasca.
Un soplo frío que seca la piel y empaña los ojos:
el aire muerto y la ácida erosión de la saliva.

Hay búhos en las paradas de camión y tras las ventanas:
se les reconoce por la locura inútil
de sus cuerpos bofos.
(Las garzas, los pavorreales,
las viejas follies de grandes plumas,
los labios rojos, la hecatombe
de plumajes desbandados
por la sirena súbita de la policía.)

Con las manos crispadas al borde del lavabo,
me veo ojos de búho en un espejo tan hondo
como noche lodosa sin final de la calle.
(Este viento que no limpia de un brochazo la ventana,
que ni agita la ciudad ni la alucina.)

Búhos maestros, contadores, médicos, dentistas;
búhos arquitectos, ingenieros, actorcillos;
búhos pintores de búhos, búhos empleados de banco
(voz de búho): —¿Cuánto cobra?

El lento regresar a casa entre sombras de árboles
e impávidos fogonazos de automóviles.

Un borracho derribado en la noche,
callejero como un charco,
bajo la luna convexa.

También hay búhos submarinos de tan desvelados;
callejonean sonámbulos como peces profundos.
Efecto de acuario: el cielo se aclara
entre luces mercuriales.

El viento que nos fija a todos.
Endurece los ojos y les saca ojeras.
Enfría los dedos y les saca punta.
Como reyes Midas, con las suaves manos,
con ojos abiertos y vestido opaco,
cuanto tocamos se vuelve arena de luna...

El búho no mira: no se desborda en lo mirado:
¿Cómo salirse del cuerpo
por unos ojos que la luz no rompe?

(Bajo la luna silenciosa
entre las sombras del parque
se desordena la rosa.)

(Tullido, canta a Agustín Lara
en la esquina el limosnero:
¿quién más solo y más soltero?)

Búhos enraizados en ramas y brazos de estatuas.
Búhos con zapatos duros y periódicos bajo el brazo.
Búhos que sorben solos su café helado.
Búhos trepados en la barra de lujosos bares.
Búhos caídos borrachos bajo los faroles.
(Y sin embargo, oh: ¡las vacaciones, las garzas,
los pavorreales!)



LA SIESTA EN EL PARQUE

Los condominios, el crecimiento demográfico
estragan los parques públicos.
Sin murallas de árboles
el sol nos toma por asalto.

Hoy hice larga cola
para tenderme bajo un árbol.
Y otros aguardan su turno.

—¿Más inquilinos
para árboles tan escasos?

Los pájaros huyen indignados,
se paran en los cables eléctricos
como en huelga a la intemperie.

Nada tengo contra los pájaros
si no pretenden que duerma
mi siesta sobre el asfalto.

Les chiflo, les sonrío, los llamo
a ocupar las ramas más altas de mi árbol.
No me responden, aristocráticos.

Nos miran como a plebe subvertida
que convirtió en tianguis sus palacios.
(Ciertamente tiramos basura,
pero no es para tanto.)

Los pájaros se tornasolan
bajo el soplete del sol en verano.
No ceden, prefieren quedarse
sobre los cables, en pie de huelga:
quietos, dignos, calcinados.



LETANÍA DE PÁJAROS

Pájaro suelto, el poema
palpita entre las páginas y vuela;
leer al aire libre es ventana abierta:
breve distracción ¡y hasta la tipografía vuela!
Leer a puerta cerrada es lectura usurera,
leer con lápiz y notas
(enjaular al pájaro en la mollera)
es andar como loco todo el día
con revoloteos dentro de la cabeza.

La memoria del lector es follaje de selva:
bullen cacatúas, boas, aborígenes
y el aforismo pantera;
el olvido del lector: cementerio donde quedan
—borrosos epitafios—
los rasgos esenciales del poema.

El poema gallináceo, ornitorrinco, tortolilla,
la cotorra embustera,
el poema buitre, cóndor-águila nacionalista,
el cisne-curvadamente-fálico, la mosca jodona, el búho-poema,
nacen como son de quien inevitablemente los engendra
y (poema tortolilla, poema ruiseñor, vampiro-poema)
sólo en cerebros que les corresponden se asientan.

Todos los poemas son naturaleza,
pero hay especies de poemas para especies de cabezas.
El gusto del lector habla más de su corral que del poema.
El pato y el cazador son un encuentro de torpezas
unidos por el siglo de = de una mirilla de escopeta.



POEMA DEL GATO

Tomo mis distancias cuando aparece el amor.
Así el gato se aleja de su bola de estambre.
Atrapo al amor, lo jalo, brincoteo con él,
se me escapa en catapulta
y yo salto a esconderme por si resulta búmerang.

Trepado en la mesa,
veo al desmadejado y quieto amor
bajo el sofá.

No importa entonces que me emborrache.
Canto con mis amigos historias de amor
(qué protectores los amigos,
los libros, el alcohol y la guitarra).

Me acuerdo del amor otra vez.
Me acerco lentamente,
aproximo mi temblorosa garra,
me revuelco con él
y nos deshilachamos juntos.

Así el triste gato,
enredado en ruinosas madejas,
sin zafarse del todo ni morir,
mira las hebras
y maúlla muy quedo.



SEGUNDO GATO

Un gato. Su pelambre
casi miel, de ámbar,
como flotando
en el chicloso atardecer
del verano.

Sus ojos, casi miel,
de ámbar,
como mirando
en la ventana
el atardecer pálido, de ámbar.

Como sombreando
una habitación antigua,
con gato solitario, pero no:
en esta luz
mortecina, casi ámbar,
unas manos aparecen
y lo toman
como si fueran a amarlo.

Ronronea
y sus colmillos
se recortan,
y sus ojos
brillan,
y las garras...

Oriental,
se tiende el gato
—sus prestigios faraónicos,
leyendas, supersticiones,
sus perezas de erotómano—
sobre la falsa otomana
del regazo de su amo.

Las penumbras
casi miel, de ámbar,
mortecinas:
atardecer del verano.



ARCADIA

Prende el sol su cielo, su llamarada
en el lago. Los árboles inversos
chorrean verdes y cafés diversos
tras las ruinas de la iglesia bañada

en el sol madrigal de la alborada.
Chopos, pájaros, insectos, leer sos-
layadamente aquellos viejos versos
que ha fijado el paisaje en su fachada.

No hay presente: un tiempo bucólico
disuelve mi mente contemporánea.
Y parezco volver a ser católico:

a la luz astillera y miscelánea,
la vista se retrata en fondo eólico
con campanas y lago y voz de Arcadia.


BUCÓLICA

El corazón innecesario,
bostezan los sentidos.
El corazón en hito,
los sentidos hacen feria.
El corazón flechado,
¡motín de los sentidos!
Muge, sagrado, el corazón,
y los sentidos pastorean.


VER EL MAR

Atleta o bestia
el mar por la tarde
duerme la siesta.

La tarde como armisticio:
la noche transformará el mar
en carcajada o mordisco.

Moscas acaloradas,
las gaviotas
lo arremeten por oleadas.

La ola crecida,
manotazo colérico
contra gaviota atrevida.

El sol reverbera:
aceite bronceador, sudor untuoso
en la espalda atlética de la marea.

Y en las de los bañistas que se asolean
boca abajo, sobre la arena.


LA CIUDAD TAN PERSONAL

Y más lejos de la calle más lejana que llegaras a caminar, más perdido entre cruceros, retornos y avenidas; más escondido aun entre semáforos descompuestos, señales caídas y orientaciones de mala fe.
Acaso cerca de un templo o de un supermercado, donde llora una adolescente recién embarazada, uno de esos puntos frágiles donde la ciudad se te vuelve personal, y con sólo sospecharlo se te desordenan los nervios, duele el estómago y nunca el cigarro te había sabido tan agrio.
Donde el viento polvoso y el ruido del tráfico ni siquiera te den tiempo de ponerte triste y sólo puedas exasperarte.
Más lejos aun, entre gente que discute y se pelea por los precios de los productos o por un partido de futbol. Y jóvenes asqueados de la vida, y jóvenes a punto de pegarse un tiro o de dispararlo contra otros, y jóvenes a punto de casarse por amor.
Mientras las familias se encajan las uñas en las palmas frente al suspenso de la tv y alguien saca punta finísima a su lápiz y escribe "La ciudad tan personal"...



CAZADORES DE CABELLERAS

Todo existe en la ciudad amplia: tiene barrios lejanos que nunca he conocido y vecinos enigmáticos que no conoceré nunca;
en alguna esquina han de colgar jardines babilónicos, y hay reyes, esfinges, profetas, asesinos, héroes, tiranos, en cada carro del metro;
en barrios lejanos, tan lejanos como civilizaciones de fábula, viven muchachas isolda, muchachas electra, muchachas ifigenia,
y en colonias periféricas e incluso en el edificio de departamentos que habito, hay alicias de nueve años con su país de maravillas.
A las dos en punto, salen dariamente de la escuela primaria cientos de tomsawyers, mil capitanes piratas y pandillas de indios cazadores de cabelleras.



MARIPOSAS

En los parques, las flores tan bien educadas por los jardineros-preceptores del ayuntamiento,
como esas chicas más frescas y brillantes aun que sus clarísimos vestidos de primavera,
platicando por ahí con sus libretas y sus dulces y sus morrales llenos de fotos de cantantes;
festivas como el desorden, bandadas de chicas, cuando aparecen espesas nubes de mariposas;
batir de alas, las chicas y las mariposas: a derecha y a izquierda; al suelo, al cielo.
¡Por aquí! ¡Por allá! ¡Lola, en tus narices! ¡Marta! ¡María! ¡Lulú!
Exclamaciones y risas: ondear de mariposas como brisa en los velos.
Como libándose unas a otras, las chicas, cual corolas, haciéndose la corte entre reverberaciones.
¡Allá va! ¡Esa! ¡Oh! Revoloteos. ¿Cuál es la flor y cuál la mariposa?
[El silbato del globero.]
¡Una paleta! ¡Un helado! Hermanita, ¡qué calores!
Golosas, frescas, dulces, golosas, ¡qué calor!, golosas, diez, doce, trece años; todas risa, todas exclamaciones.
Volados con el merenguero, y luego echan a correr todas juntas, junto a la fuente, nomás para joder y desbandar a los pichones.



GANDAYITAS

Los gandayitas juegan luchas en el parque;
se sienten malos,
malos como la noble maldad
a puño limpio sobre el ring;
sólo los árbitros son perversos,
¡abajo los jueces!
¡los jueces siempre apuñalan por la espalda!

Se sienten malos y resplandecen
con toda su feroz adolescencia,
como jamás los verán resplandecer
el cura ni la novia,
ni sus sufridos padres
que ya no los soportan
y en sueños los ven ya convertidos
en pequeños delincuentes y drogadictos.

Todo porque llegan a casa
como de prisa y con ganas
de largarse cuanto antes a la calle,
y no les gusta ir a confesarse como antes
ni les da la gana
comentarle a la familia lo que hicieron en la escuela.
Es alta esta tarde en que se sienten malos
y la clase de biología
les importa un verdadero carajo.



ECHADO SOBRE EL PASTO

Echado sobre el pasto,
tapándote del sol con un periódico deportivo,
de pronto, entre bugambilias,
como arrancados del mazo del tarot,
como un mensaje urgente para ti
desde el reino de los arquetipos,
graznan en el parque Los enamorados.
Roncos, roncos en su risa,
en su juego ronco de risas y besos.
Tu mujer también los escucha,
también recibe el mensaje.

El sol dominguero es apenas tibio,
brillan las medias de tu mujer descalza
entre la yerba;
de pronto estás orgulloso de tu edad
y de tu barriga en gran camisa blanca
y de tu melena entrecana
y de tu dulce mujer con lentes.
Ella se ríe, loco, de tus ocurrencias
y de que, casi en secreto,
todavía son jóvenes, a solas.
Graznan, roncos, en su risa,
envueltos en su risa se besan.



RIMADO MATUTINO

Tengo pasta de dientes: luego, existo.
El sueño como un estercolero.
Uno se reviste de Humanidad por la mañana.
El trabajo para el súper y el casero.
Cepillados, los zapatos lucen bien.
Los zapatos son el porte entero.
Y al comprarlos, memento homo: "volverás
por nuevos pares en julio y en enero".
Acaso exista Dios, en su retiro
de expresidente priísta y matraquero,
en un hoyo oscuro del universo, cuidándose
de que no lo pesque de pronto un reportero:
"¿Qué hizo usted, Creador, de sus criaturas?,
¿le parece justo tenerlas sin dinero?".
El buen Dios, como un playboy de libre empresa,
sabe tres respuestas para salir del atolladero.
Para entonces ya desayuné, y leí
en el zodiaco lo que los astros dispusieron
que fuera este día gris, agenda llena
y la melancolía de prisa en el pesero.
La eléctrica ciudad canta falsos amores en la radio
para desamados amantes verdaderos.
"¡Ciudadanos!", clamó la propaganda electoral
y el pequeño corazón, airado y patriotero.
Grandes esperanzas en un aparador,
cifras alquímicas que se pueblan de ceros.
Se habla de inflación, de crisis
de divisas, de Patria y de mercado petrolero,
de la deuda exterior y la reciedumbre azteca
y de algún desastre en forma de patrullero.
Se rimó así la primer hora del día:
todo rima igual, como caras de pasajeros.
Una señora con dos niños limpísimos
espera el camión bajo un letrero
de calzoncillos eléctricos, tan naturales
como para héroes de cómics y de Homero.
El humo de la mañana hiere los ojos
con espejismos de autos y barrenderos.
La naturaleza está bien: quedó lejísimos.
El cosmos se crea en los merenderos
entre gente de corbata o tacones altos.
"Superarse o morir". Te apuras o te jodieron.



ESQUINAS DEL CREPÚSCULO

Esquinas del crepúsculo. La noche
—si es noche la ciudad que hoy nos sueña—
en los labios risueña,
en los ojos reproche,
mustia se ve: sirena envejecida,
lujosa, fría y sola en la avenida.

Dulce bruja: me sé tus maquillajes,
tu más fresco neón que primaveras,
tus autos madrigueras,
tus fondas ancorajes,
tus juventudes lívidas —violentas,
insomnes pesadillas—; lo que alientas

—si es aliento el vaho de tus cristales—
de conciencia animal en quien te sigue;
los rojos nocturnales
del alcohol y del ligue,
la lenta soledad en que el cigarro
enciende su fanal de viejo carro.

En la aridez del sol sueñas la calle
y su resplandor de ferretería:
¡alza, noche, tu talle!,
¡prende tu algarabía
como un radio a las tres de la mañana!
Y sonríe, pícara y cortesana.

Vela la noche; la araña, su tela.
Barren las calles vientos policiacos.
Noche que se acuartela
y vigila con ojos de zodiacos.
Noche feroz de puñal y pistola:
¡Señores, el baile! ¡Muevan la cola!

Noche vieja, noche igual que todas,
la noche en que las vísceras florecen;
noche, cuando me enlodas,
noche, cuando me ves en
catástrofes de ayer y de cerveza;
noche rosal de apacible tristeza.

La luna en el espejo: me rasuro,
bruñéndome de luna el pensamiento
—si es luna lo que siento,
pálida como el muro
de un hondo cuarto recién alquilado—:
noche fantasma, ademán congelado.

ENVÍO
Dejemos que anochezca, noche mía,
te huelo llegar entre muladares:
noche de cañería,
de baños en los bares.
Blanca constelación de mingitorios
(oficios hay que son obligatorios).



EL MUCHACHO DEL CORAZÓN RABIOSO

El muchacho del corazón rabioso
como un gran pez en un acuario de vino,
como una gran uva macerada,
demasiado poblado de sangre y de futuro.

El muchacho del corazón rabioso
lagar de su propia angustia,
se pisa y se fermenta en círculos
de monólogos enmarañados.

Aunque mañana llegue el amor,
aun cuando mañana llegue el futuro,
¿quién le quitará a su corazón rabioso
la angustia de su enorme furia en el vacío?

El muchacho del corazón rabioso,
todavía niño pálido de ojos rezumantes,
devana en sus manos convulsas
el ir y venir de la vida que no llega.

Se ve al espejo como en una pecera,
su corazón un pez atónito de grandes escamas,
una hinchazón viscosa de sí mismo,
su corazón rabioso y la vida que no llega.

El muchacho del corazón rabioso,
víscera plena de cielo y de mundo,
toda su sangre rezumando,
y en torno el hielo de la vida que no llega.

El amor y el futuro llegarán a su tiempo,
cuando no quede rabia, ni corazón, ni muchacho,
en ese pez cansado que se fijará la corbata
frente al matinal espejo de su condominio pecera.



PROFECÍA DE XITLE

En la noche de julio de la Ciudad de México,
las altas aguas muertas suspendidas sobre nuestras cabezas
—un infierno líquido, ardiente lava de la luna—,
resquebrajan nuestras civilizaciones,
y caen aguaceros de lodo industrial y putrefacto,
un nuevo Xitle, sobre rascacielos y semáforos;
volveremos a ser enigmática arqueología,
pedregal de ídolos confusos;
ah, que la lluvia muerta, los cadáveres de la lluvia,
sepulten del todo nuestra ciudad;
que no quede letra viva que denuncie
sus errores y sus infamias.


SWEENEY SEDENS

The nightingale sings of adulterous wrong
T. S. ELIOT

Sorbe el café, apaga el cigarrillo,
se chupa los dientes, carraspea;
en ceniceros, colillas despanzurradas.
—Eso no. ¡El azúcar! ¿Quieres?
—¿Me compra unas flores para la señorita?

Doris juguetea con el popote, lloriquea;
acidísimo el jugo de naranja.
—No me entiendes; ya no; no entiendes;
ya no; no me; ya no me entiendes.
—¿Su cachito? ¡La lotería!

(¿Para-qué-tanto-andarse-por-las-ramas,-estúpida?
Pinches-viejas.) —Vámonos.
(Tus-sentimientos-de-revista-de-modas.
Hay-que-cogérselas-duro-hasta-humillarlas.)

Los reproches de Doris nunca acaban, lloriquea.
Sweeney se rasca la oreja, la nariz. (Carajo.)
-Sí, preciosa, ándale (carajo), ya no llores.
(Ya-sentirás-lo-duro-entre-las-nalgas);

No llores más, preciosa, anda, anda: ya vámonos.



CANCIÓN DE AYER

No sé lo que me pasa, pero pasa
que soy hoy más ayer que ayer lo fuera:
un ayer que se queda como era,
en una ajena y diferente casa.

Estar hoy en ayer a todas horas,
ser como ayer, y como ayer vestido
ser ayer más ayer que el ayer ido.

El ayer a deshoras donde moras
me encierra y retarda el día presente:
comienzo hoy a ser hoy a medio día:
cuando pasa, el ayer es permanente.

El hoy (que será ayer póstumamente)
me ve entrar en su casa, desvelado,
donde empiezo a tejer mi ayer siguiente.


PRÁCTICA MORTAL

El mundo disperso en torno,
aflojarme el herraje del cuerpo:
asomarme furtivo a los ojos
y distinguirme a lo lejos.

Calles y plazas sin simetría,
¿de dónde la armonía del pensamiento?

Dejo escapar mi conciencia
como el buen celador al preso:
—Déjese ir, compadre, ahora es cuando
tiene vientos favorables su cerebro.


LA MAQUINA DE PENSAR

Jaula desenjaulada, el cerebro:
se le escapan todos los pensamientos.

Las ideas adolescentes
huyen bellas, pronto y lejos.

Hijos pródigos y escarmentados
vuelven por temporadas
los pensamientos mediocres, pero correctos.

Sólo las ideas inválidas
habitan ahí tiempo completo.



SIEMPRE LISTO

Para sentir la integridad de su persona, concéntrese en su mano derecha.
Todo su cuerpo es ya su mano derecha.
Doble lentamente los dedos hasta cerrarla, apriete con fuerza los dedos hasta herirse la palma con las uñas.
Apriete todavía más hasta sangrar un poco y deténgase: ya es usted una sólida persona, sin titubeos ni blandenguerías.
No afloje, no respire, no estornude, no parpadee.
¡Listo!
Venga mañana por su fotografía.


MAITINES

He aquí que me despierto
como un asno de pelambre ajada.
Me rasuro torpemente
y me compadezco ante el espejo.

Yo, que antes de dormir,
y aun en el sueño,
fui un muchacho diestro y feliz.



CANCIÓN DESVELADA

No es sano andar de paseo
por estas calles grises
en plena madrugada.

Encerrado en un abrigo
y los ojos arenosos.

Arena, sal de luna
entre los párpados.

Lejos de la ciudad
y en otra hora
han de existir las Islas.



ACCIÓN DE GRACIAS

La delgada serenidad,
la clara alegría
de ver amanecer el día.

Ya nada peligrará
aquí ni en los alrededores.

Ver amanecer el día
con la dulce puntualidad
de tener en orden las pasiones.



POEMAS DEL AGUA

Colgarse de la vertiente de la hora,
hombre acumulado
y no caer;
sin decir, sin transpirar,
catarata inminente.

Más allá el viento enloquecido
hincha velas, astilla fuentes
y hasta los mirones se benefician
con salpicaduras de existencia.

Lejos ya de su vertiente
el agua es tarde clarísima;
a su orilla me fío unos segundos.

Así el viento en el viento
cuando sopla vaga brisa.

Estar junto al remanso
como otro remanso.



MUCHACHOS

Hay muchachos que están siempre como en jardines.
Ociosos y alegres como de paseo.
Van por camiones como por jardines.
Y ellos mismos son amplias vacaciones.
Claros y triviales como andar por jardines.



VENADITO

Ah ah venadito, flor del viento,
efebo de rock, ángel futbolero,
cómo alzas tu paraíso de barrio
cascareando con los cuates en la esquina,
frágil jardín, ojos nuevos,
esbelta naturaleza original,
todo primer día en mitad de la calle,
ya te venadean las patrullas,
ya crujen tus huesos
bajo patrullas macanas de la policía.

Ah ah venadito protestas delirantes
en la camilla de mierda y vísceras
de la ambulancia.



SE VAN LOS DIOSES

Había tumulto en las caballerizas:
todos los dioses escapaban.
Al amanecer, entre la bruma,
se oyeron sus relámpagos.
Decenas de brazos desgarraban la bruma
para desmontar a los jinetes terribles,
que no se fueran de entre nosotros,
y caían abrazados de jirones de bruma.

En este pueblo que abandonaron los dioses
ya no pasa absolutamente nada,
más que el hastío de viejos y solteronas,
y a cada nueva generación
—sobresalto a los tres lustros—
un nuevo tumulto en las caballerizas:
los adolescentes escapan entre la bruma
en busca de relámpagos y dioses,
como ellos, llenos de fuego y ruido:
de países donde de veras ocurra algo.

Huyen llenos de furia y arrebatados,
dicen que a la capital y a la frontera,
tanto los dioses como los veloces muchachos.
Aquí ya no ocurre absolutamente nada.



LA PALABRA TÚ

Nada está perdonado. La piel
duele cada vez menos,
como anestesiada.

No trato de recordar, pero hay recuerdos.
Tú importas poco, pero había cosas contigo.
Había calles largas que recorrer de noche
y alguna canción de éxito que ha sido desplazada.

La palabra tú significa lo que había contigo,
lo que no eras tú, lo que te acompañó algún tiempo,
lo que habría acabado de cualquier manera.

Porque lo demás
(o sea tú, y es una lástima)
existe todavía.



CONFESIÓN FORZADA

Como no puedo abandonarme a la nostalgia en horas de oficina, como en el restaurante y en el autobús se reirían de mi carota triste; en virtud de que los programas de TV están peores cada día y carezco de otra afición en que gastar las primeras horas de la noche: añadiendo a lo anterior que no es el mío un cuerpazo de galán y que mis éxitos amorosos no suelen ser masivos ni instantáneos,
vengo a confesarte que en estos momentos me gana la añoranza y que daría la luna por volver a verte.


CONSEJO SENTIMENTAL

No vayas a conocer el amor cuando tu corazón miserable esté deshabitado;
cuando tu trabajo ande mal, te asedien los acreedores, haya nuevo insoportable jefe en la oficina y estén a punto de lanzarte infamemente de tu feliz departamento,
no lo vayas a conocer, que no te lo presenten;
dile que padeces Mal de Parkinson o que partes a Europa para nunca más volver al día siguiente.
Porque si en esos momentos el amor se instala en tu corazón miserable, como una mujer entrometida que cambia de lugar los muebles y hace teñir de colores tenues las cortinas,
no podrás pertrecharte; no habrá fortines encajados en la cumbre inaccesible de algún risco,
te vendrás abajo con todos tus estandartes y nada quedará de ti más que un patético muchacho enamorado.



COMENZAR EL DÍA

En momentos desairados como este, la tristeza me distancia de mí mismo;
una lejanía inmóvil: me veo y me pienso como el indiferente panorama;
me saludo, me digo: "¡Qué lejos de tu corazón despertaste esta mañana!".
Un paisaje en que apenas suenen los árboles; el viento, además de brutal, sabe ser amistoso.
Pero no me hago caso. Me acompaño a mí mismo durante el trayecto en camión a la oficina,
juntos y silenciosos los dos como después de haber irreparablemente reñido.
"¿Qué te ha enemistado así? ¿Por qué te has separado de tu íntima, cordial naturaleza?".
"Recuerda alguna felicidad pasada y de inmediato serás el mejor de tus amigos".
Algo cómico ocurre en el camión, y yo y yo soltamos y compartimos la risa:
me entrego con entusiasmo a la jornada.


EL JUEZ INTENTA DISUADIR A LOS DIVORCIANTES

Andar consigo mismo cual matrimonio mal avenido,
reprochándose ser como se es, poniéndose los cuernos con yos ideales,
tal es la soledad; los demás no cuentan, no sirven,
no pueden ayudar en nada: cada cual es todos sus amigos.

No perdonarse los errores, ni la mente torpe,
ni los hábitos que ya hartaron: el no haber sido otro
y no haber conseguido lo que no se pudo, no se quiso o uno no se atrevió,
o aquello de lo que ni siquiera supo uno a tiempo.

Qué idílicas, entonces, las otras posibilidades de existencia
entrevistas hace años, como amores laterales recordados una década después.

Esos silenciosos melodramas callejoneando en el crepúsculo,
peleándose consigo mismo como en mesa casera,
complicadas discusiones con el grand finale del insulto
(por el que habrá que pedir disculpas un instante después:
—Es mejor olvidarlo, no fue eso lo que quise decir,
este pleito no vale la pena, etcétera.)

Y andar rencoroso con lo que se es y sin poder uno ni verse
cual matrimonio después de franquearse en la cena.
Tal es la soledad, y así de chusca; bien se podría, entonces,
intentar tolerar lo consumado
y asumirse uno —ni modo— como un hogar frío, conciliador y tranquilo.

(Y el último tren de tu personalidad ya pasó:
tristísimo raboverde tras un nuevo yo,
como sátiro tras niñas de escuela.)

Chantajearse entonces con la belleza de morir joven
y gastar la luna callejoneando con la idea del suicidio,
buena compañera, tan hirviente,
que se traga los conflictos, te desploma
en un sueño pesado
y diez horas después amaneces feliz y como nuevo.



CANCIÓN DE NATANAEL

Los alimentos estaban rancios.
A mi izquierda comía el cojo
y a mi derecha el tullido;
un bizco fungía de Copero,
en el oasis danzaban los tuertos
y un coro de perros cantaba al Amor.

Sin embargo tú, Menalcas, ¡ah,
el más irremplazable de los seres!



CANCIÓN DE ANDRÉ GIDE

Cuando hayas abandonado tu casa,
que no te encierren en sus casas los demás.

Encontrarás gente que busca
ser tu madre, tu hijo, tu amante,
tu hermano, tu perro servil.

Que no te encierren en sus casas los demás.

Y si constatas que afuera
todo es el lugar de los demás,
vuelve a tu casa, habrá fiestas.

Pero acaso logres ser tú el hogar de los demás:
su madre, su padre, su hijo,
su amante, su hermano, su amigo entrañable.

Y cada cual se instale en tu espacio
como en el hogar único y recobrado.



CANCIÓN DE EZRA POUND

Lo que mejor has amado
es tu fortaleza.

Sobrevivirá incluso
contra ti mismo.

Lo que mejor has amado
desautorizará a tus enemigos.

Desmentirá incluso
tus momentos de mala fe.

Sólo estás inerme
cuando amas con torpeza.

Lo que mejor has amado,
pese a todo, te define.

Prevalecerá incluso
sobre las demás definiciones.



NOCTURNO CONSTANTE

I
Absorta y seducida viaja la noche a encontrar a su cantor.
Hay quien ama la noche; hay quien conjura para que regrese la oscuridad,
hay quien durante el día canta a lo que viene detrás de la luz como sombra rezagada.
Hay quien ama al perseguidor del día.

La noche es solamente el mar de arriba, cuando es de noche.
Porque de día el cielo y el mar solamente reverberan, serenos y virtuosos,
poniéndose la marca radiante que los declara ámbitos de la luz.

Hay quien ama a la noche como el mar ama a la luna,
como la luna ama al mar que la devora.
La noche es un mar que refleja al hombre que le canta;
la luna es un hombre reflejado que el mar absorbe y asimila y transforma luego en su propio corazón.

El hombre que canta será el corazón de la noche.
La noche es un deleitoso acontecer que nadie cronometra,
es un calar profundo, una inmersión sin fin,
un replegar el pájaro sus alas
y brotar hacia dentro como flor maligna.

La noche no es la luz, sino su hambre:
sangre voraz que arroja sus hervores al carnicero hielo de los acantilados.
La noche es ir y venir de placeres tempestuosos,
violento regocijo de cuerpos que se encuentran:
reflejos instantáneos que se zambullen como tiros contra la eternidad.

La noche también es mar en calma
amorosa superficie de mujer que espera.
Suspenso de absorto cazador que acecha
a una víctima anhelante.

Así como la luna es el corazón del mar, el hombre será un ojo luminoso
en el centro de la oscuridad continua;
la luna es como un hombre cuajado y suspendido,
como un faro en la profundidad del mar que ilumina su propia luz
en la espesura del reposo constante.

II
La noche es también una calle interminable,
un laberinto de resonancias,
imaginario caracol que asegura la permanencia de pasos transcurridos.

La noche es un muro donde el caminante compite con su sombra. ¡Dulce seguridad la del hombre que contempla en vano su sombra fatigada,
que intrigado por sus pasos localiza en el blanco símbolo de su destino
el origen de su luz actual!

III
Cuando llega la noche, el hombre que la ha llamado deja de cantar y se entristece.
La experiencia le dice que habrá de pasar el tiempo,
le dice que es inevitable el nuevo amanecer,
que aún no le llega el turno de sumergirse en su noche
como luna helada en el fondo del mar.

Pero la noche es una metáfora irresistible y el hombre anhela
la excepción que ocurre solamente una vez
y se sueña exceptuado.
Siente —jubiloso— que la noche se prolonga:
se le hace larga su noche como si la eternidad fuera
un eterno miedo inútil al amanecer.

Hay quien ama el amanecer; hay quien ama
la reverberación de luces mentidas.
Y el cantor de la noche, cuando el amanecer llega
se descubre invulnerado, descubre que su noche
es un prematuro mar con un hueco blanco en lugar de la luna.
Y su nostalgia es una nostalgia de trovador desdeñado
que aprovecha el día para cantar.

El nocturno se instala en el día como ambición constante
porque también es la muerte un perverso gozar de la espera,
eterno avizorar el horizonte,
cuando de pronto el sol encandece en mitad del cielo
y el mar del día avienta luces a rebato.



LECTURA DE VILLAURRUTIA

El aire que respiro me ha hechizado,
los colores consumen mis pupilas,
la presencia del mundo me saquea,
inerme y desvelado ante las horas
en ver y respirar el mundo múltiple
agoto el aceite racionado de mi lámpara.

De tanto palpar todas las cosas,
la piel de los dedos se me acaba,
disminuye la acidez de la saliva,
la humedad y la lengua se me acaban.

Tanta voz, tanta música he escuchado,
tanta carne ha gastado tanto acorde,
he volcado tantas venas en la vista,
fue tanto el despilfarro y tan oculto
que yazgo en la sombra congelada
de la nieve.

Yo quise apretarme hasta el silencio,
congelarme en mi voz como en el mármol,
clavar en mi garganta la dura estalactita
y preservarme en el goce purificador
de lo frío.

Adelgacé la piel hasta la transparencia,
transparencia febril que sólo es huella,
huella que los ojos ya no captan,
huella de sedienta huella evaporada.



MIRAR DORMIR

EL OLOR de lo que corre bajo el agua
TODO es tan mudo como fluir los peces
BAJO tu piel específica
REINOS viscosos tienen vida secreta
AJENA a ti y a mí tu vastedad submarina
ERES más propiedad de médicos
AMADA piel tan conocida
Y SIN EMBARGO de noche tu piel se transparenta
ENIGMÁTICA respiración lejanísima
A TU SUPERFICIE me limito: te mueves, sudas, roncas.


ONCE DE LA NOCHE

Abrigados caminantes de labios vegetales.
Frías las estatuas y las fuentes.
Titilan en los charcos las luces de neón.
Un ladrón vigila al policía que lo vigila.
Hay pájaros dormidos en follajes de piedra.
Putas entumidas, retrasados presurosos.
Un travesti te mira fijo.


TRANSILVANIA

El deseo me vuelve pálido.
Noche en calle de ciudad.
Brillan neónicas las miradas.
Eléctricos anuncios comerciales.
Muchos lentos zapatos.
El deseo me vuelve pálido.



AZOTEAS

Navegan en la noche astas y chimeneas.
Unos metros arriba el mundo es astillero.
Y más arriba la luna, como bandera pirata.

Para los ángeles, la tierra esconde
sensualidades submarinas:
estamos en el fondo del mar del cielo.

El barco pirata entre las nubes:
—¡Al abordaje!, gritan los diablos
y los ángeles huyen
cual niñas de escuela.

Clavadistas expertos,
los ángeles
caen a la tierra.

Nada más submarino que la ciudad en la madrugada.
Los piratas cazan ángeles por calles desiertas.
Peces tristísimos, los desvelados.

En las esquinas hay gritos de ángeles,
carcajadas de piratas, arponazos.
Y en anteas de televisión se enredan
pedazos de alas
y unos celestiales calzoncillos elásticos.



LETANÍA DE MARINEROS
A Manuel Fernández Perera

El que triste mira que lo miras triste.
El que te mira de plano.
El de la señas oblicuas.
El que sonríe lascivo.
Quien se zambulle en la alberca.
El que no te mira.
El que ríe en el bar.
Quienes se besan a oscuras.
Al que le das un billete.
El que se aburre y ni modo.
Quien, como un niño,
se esconde bajo la mesa
cuando pasa muy serio su capitán.



NOCTURNO BAR, NOCTURNAS CORISTAS

Aúlla, ríe, mírate al espejo.
¡Cómo me gusta ser jirafa!
Ahora esa suegra de hipopótamo
canta una historia de alcoba que va más o menos así:
"Ya no volverás, amante, te has ido
mordiéndote los labios por una calle sola..."

Ésos de plano ya no se miden.
Ese prieto que echa bronca y golpea la batería,
tiene ojos de plato y de novio travieso.
Orangután simpático el pianista que bosteza.
Hay muchachos que cacaraquean.
Y yo ya no soy yo: soy ese pajarrrrito.

Río en esa silla como bebé satisfecho.
En esa mesa saco la lengua.
Fabiola dice que se llama Marlene
y hasta canta "Wenn die Soldaten
in den Stadt marchieren..."
Superniña... En otra mesa brindo por un amor
ni tan viejo ni tan amor,
y en el mingitorio cuento a la concurrencia úrica
las peculiaridades de tus íntimos delirios.

¡Olé, macucas! ¡Cómo rebrillan los belfos babosos!

Esa suegra de hipopótamo:
"Que dolía tanto recordarlo,
ay, recordarlo,
caminando solos por la calle sola,
por la calle, aaaay, larguísima".
¡Ya mídete, Superniña!

Mira a ésa con párpados de cocodrilo.
Las rubias que se sientan muy Marilyn Monroe,
¡que se mueran!
A lo galanes de veras muy galanes,
¡buuuu!

Aquí estoy platicando, allá vierto la copa.
Esto es la playa en mitad de un eclipse.
¡Qué calor! ¿Y la policía? ¡Tanto humo!
En el espejo del baño lloro tres lagrimitas:
ya tienes arrugas, y lonjas y... veinticinco años.

¡Atención: el show!

Por ahí se oye una amenaza seria:
"Si ésa te sigue molestando,
¡voy y le rompo el hocico!".



DANCING

La muerte como espejo de lava
—¿como espejo tras la barra?—;
un bar a la hora del cierre
sueña sus reinas degradadas,
pero todavía azules y gesticulantes,
entre mesas y sillas en derrumbe;
degradadas y coloridas en el bar
—¿como en un espejo de lava?—,
después del cierre, las reinas degradadas
y azules tararean danzones
que hace mucho rato ya no toca la sinfonola.



BUENAS NOCHES

Déjate dormir, descíñete la conciencia
y afloja el cuerpo mansamente,
confiado en sueños que no te harán daño.

Que la benevolencia de tu cuerpo distendido
te haga amanecer alegre y blando
con ganas de jazz y de martinis.

Y que las agradables, reparadoras cosas que sueñes
te mejoren el humor, pues de otro modo
no habrá mañana nadie que te aguante.



NOCHE CERRADA

Después del amor cundió la noche.
Arcángeles vampiros combaron sus plumajes.
Ojo de tuerto vampiro
LA LUNA.
Los amantes roncan como chisporrotear de hoguera.